miércoles, 30 de enero de 2019

EL CUADERNO GRIS. JOSEP PLA

Por Eloy Maestre


                        JOSEP PLA: RETRATISTA GENIAL

                     PRESENTACIÓN

Buenas tardes a todos, compañeros y amigos del Ramiro, y un saludo especial para mi buen amigo Moncho Alba que atendiendo mi llamada no ha dudado en desplazarse desde Enguera para escuchar esta charla.
Gracias especiales para los principales creadores y sostenedores de Aula 64, Nicolás y Vicente, una iniciativa estupenda, exitosa ya por dos años, que ha impulsado a reunirnos una vez al mes a los antiguos compañeros ramirenses y a mantener nuestros lazos de amistad.
Algunos más ilustres que yo han pasado ya por esta tribuna y nos han contado su trayectoria vital y profesional, Alfonso nos ha relatado la creación de una de sus novelas históricas, y otros como Juan Rosas y Miguel Ángel Cabanellas nos alegraron la vida en una divertida sesión cantando acompañándose con sus guitarras canciones conocidas por todos, y la suerte es que creo van a repetir en este año 2019 su primera actuación musical.
Gracias de nuevo por permitir a este periodista que os hable sobre un escritor y periodista catalán llamado Josep Pla (1897 – 1981) y sobre su obra capital El cuaderno gris.
Por cierto, ¿podríais decirme cuántos de los presentes han leído esta obra o cualquier otra de Pla?
Gracias, con esta charla espero convenceros para que su número aumente.
La charla tendrá como soporte básico esta obra y un librito que sobre ella estoy escribiendo titulado provisionalmente: Josep Pla, retratista genial, que espero algún día vea la luz y se imprima.
A mi lado se sienta Pilar, mi mujer y compañera de mi vida ya por más de 44 años. Pilar resultó una excelente auxiliar leyendo párrafos del libro de memorias que ya conocéis, titulado Madrileños en Ricote, presentado por ambos en el Salón de Actos del Ayuntamiento de Ricote, el pequeño pueblo murciano del que procede mi familia. En aquella ocasión leyó muy bien, tranquila y sin atropellarse e incluso se atrevió a entonar una cancioncilla que fue del gusto de toda la concurrencia. Ahora, volverá a hacerlo con los textos de Pla.

El plan consiste en presentar mi librito, que es una antología de citas, en una serie de bloques y al final de cada bloque Pilar leerá fragmentos del libro. (los fragmentos leídos están en ITÁLICA) 

Bueno, pasemos ya al Cuaderno gris de Josep Pla y a mi encuentro dichoso con él, absolutamente fortuito como ocurre tantas veces con los tesoros, porque para mí ha sido un tesoro en forma de libro.
En un pueblo de la costa levantina llamado La Mata o Torrelamata, una pedanía de Torrevieja ubicada en el extremo sur de la costa de Alicante, casi lindando con la costa murciana, poseemos Pilar y yo un apartamento al que acudimos desde hace más de veinte años para orearnos y asolearnos, antes con nuestros dos hijos y ahora con ellos y con los nietos. Allí hay una librería de segunda mano y muchas veces nos acercamos Pilar y yo para curiosear y llevarnos algún libro. En ella encontré este libro que me costó cinco euros, en tapa dura, parte de una colección que el diario El Mundo vendió en 1999 con un ejemplar del periódico.
Yo lo compré en el verano de 2017 sin saber nada del libro, sólo porque me resultó chocante el título. De Josep Pla sólo había leído dos relatos cortos titulados Un viaje frustrado y Contrabando, contenidos en un solo volumen. Trataban ambos de los viajes realizados en un pequeño barco de vela por Pla y un amigo pescador llamado Hermós costeando por la Costa Brava, llegando en uno de los casos hasta Francia. Aquellos eran relatos muy hermosos, pero nada comparable con el Cuaderno gris que me resultó absolutamente deslumbrante. En unas pocas sesiones leí el libro y al terminarlo comencé de nuevo desde el principio, lo que es muestra de entusiasmo por una lectura y que tal vez a vosotros os haya sucedido alguna vez.
Me considero un lector voraz de toda la vida. Poseo carnés de las Bibliotecas municipales de mi barrio de Madrid, de La Mata y de Ricote, y de la Biblioteca Nacional.

¿Cuál fue mi primer juicio sobre el Cuaderno gris? De principio pensé que había demasiadas cosas: juicios, retratos, libros, vivencias, para dos cortos años de vida. Porque, aparentemente, el libro es un dietario que abarca sólo dos años: 1918 y 1919.
En realidad, como entendí con el tiempo, no se trata de una obra de juventud ni fue enteramente escrita en ese tiempo. Es una obra de madurez que reescribió constantemente a lo largo de su vida y fue publicada en catalán por primera vez en 1966, cuando Pla contaba ya 69 años.

Tras paladearlo por segunda vez me entraron ganas de continuar leyendo libros de Pla. Acudí en primer lugar a la Biblioteca municipal de mi barrio y leí rápidamente los dos o tres libros que contenían sus archivos. Pero aquello me supo a poco y me acerqué a la Biblioteca Nacional para solicitar un carné de lector y acceder así a sus inmensos fondos. Mi suerte es que al haber publicado ya algunos libros conseguí el carné de investigador que me da acceso a todo su archivo. El carné de lector, que se concede a todo el que lo solicite, permite leer sólo los libros publicados desde 1950 hasta la fecha actual creo recordar, pero no a la totalidad de sus fondos.
Armado de mi flamante carné de investigador me dispuse a bucear en los fondos editoriales de la Nacional y anduve unos meses leyendo libros de Pla o sobre su obra.
Sin un plan concreto, yo iba anotando cuanto me gustaba de sus obras. Desde el principio me resultó llamativa su maestría describiendo paisajes, ya palpable en el Cuaderno gris y su manera fantástica de retratar a las personas, y en el aspecto formal destacaba su maravillosa adjetivación.
Leídos los primeros ocho o diez libros de Pla pude comprobar que mis primeras impresiones no iban nada desencaminadas, porque los críticos de Pla incidían especialmente en estos aspectos de sus obras. Al final me decidí por escribir de los retratos que Pla trazaba de la familia, de los amigos y de sí mismo, como han hecho tantas veces los pintores con sus autorretratos numerosos: Rembrandt, Picasso, Van Gogh y muchos más. De ahí surgió este librito que ahora me ocupa y en definitiva esta charla que ahora os voy a dar sobre Pla y su obra, en especial sobre el Cuaderno Gris.


                                   TRADUCTORES Y EDICIONES

Hasta la fecha, el Quadern gris se ha traducido al español, portugués, alemán, francés, holandés, serbio e inglés.
La primera traducción del catalán al español, una traducción magnífica que se editó en 1975, se la debemos a Dionisio Ridruejo y su mujer Gloria de Ros, y es esta que yo poseo. Antes de pasar a la traducción que nos ocupa creo que debemos hablar un poco de los traductores.
La figura sobresaliente de Dionisio Ridruejo creo que es conocida de todos: abogado, periodista, poeta, falangista de primera hora, autor de dos versos del Cara al Sol, el himno de Falange, se unió desde sus inicios a la sublevación de Franco contra la República que ellos llamaron Alzamiento Nacional. Fue Director General de Propaganda desde 1938 a 1941, dando discursos abundantes porque era un gran orador. Se incorporó a la División Azul de 1941 a 1942. A su regreso a España evolucionó políticamente dejando la Falange y todos sus cargos, se mostró crítico con el Régimen de Franco y fue represaliado por ello y desterrado a varios lugares de España entre los años 1943 y 1948. Participó en el llamado Contubernio de Munich de 1962, un manifiesto para implantar los partidos políticos y la democracia en nuestro país. Regresó a España definitivamente en 1966.

Gloria de Ros era catalana y casó con Ridruejo en 1944, acompañándole en sus destierros y exilios. Entusiasta de la obra de Josep Pla, su conocimiento de la lengua catalana resultó decisivo para llevar a cabo la traducción del Quadern gris.

Otro personaje trascendental en la vida de Josep Pla fue Josep Vergés (1910 – 2001). Nacido en Palafrugell como Pla, y ya sabemos la importancia del lugar de nacimiento en la vida de las personas, fue el principal editor de la industria catalana durante el franquismo. Fundó la revista Destino y la editorial del mismo nombre en 1942, dirigiéndola hasta 1989, en la que publicó la obra completa de Pla. Promovió los premios literarios Nadal y Josep Pla. El prestigioso premio Nadal vio su primera edición en 1944 y se ha fallado recientemente su edición número 75, siendo el decano de los premios literarios españoles. El premio Josep Pla, para literatura en catalán, presentó su primera edición en 1968, y ha cumplido también hace poco su edición número 51.
Vergés publicó las obras completas de Pla, que comenzaron en 1966 con la edición del Quadern gris en catalán, y continuó con el resto de su obra, 46 publicaciones tanto en catalán como en español. La traducción que nos ocupa apareció en 1975, poco después del fallecimiento de Ridruejo que no pudo verla publicada.

Pero volvamos a la traducción de Ridruejo y Ros, en la que no se cumple la vieja máxima italiana: traduttore, traditore (traductor, traidor). Los traductores que cumplen su trabajo de manera minuciosa y con resultados excelentes como en este caso son recreadores de una obra en otra lengua diferente. Los expertos y críticos han coincidido en que la traducción es magnífica.
De esta traducción me chirría un poco en los oídos el uso excesivo de los verbos hacer y tener que los traductores han respetado porque tal vez en catalán suenen bien y se acepte su uso frecuente:

Dentro de esta estación que el acortamiento de los días parece hacer más larga, puede hacer un ramalazo de frío por Todos los Santos. Si lo hace… si no lo hace

Las personas dedicadas a elaborar teorías que tienen la suerte de tener un nombre así, tienen la inmortalidad universitaria asegurada.

El propio Pla reconoce la dificultad del catalán varias veces en su obra:
La lengua (catalana) es tan difícil, tan dura, tan tiesa, de un manejo tan rígido, tan llena de dificultades, que todo el mundo escribe como puede ¡y gracias!

El catalán es, además, dificilísimo. Es una tierra virgen, un campo arado superficialmente. Las frases hechas – que son parte principalísima para el que escribe en las grandes lenguas – no pueden utilizarse en catalán por ser rurales y vulgarísimas. Llegar a una cierta fluidez es endemoniadamente difícil.

Valentí Puig, gran conocedor de la obra planiana dice de ella:
Ridruejo y Pla, tan diferentes en formación y biografía, hablaron mucho sobre el futuro de España y la significación de Cataluña. Y fue la esposa de Ridruejo quien llevó el peso de la traducción, muy valiosa. Hace de esto varias décadas y Pla sigue teniendo lectores en toda España, en buena parte gracias a Ridruejo y Gloria Ros, y gracias a la revista Destino de Vergés.

Finalmente, Ridruejo dice de la obra:
Pero lo que más abunda y rebrilla son sus paisajes, sus retratos y sus instantáneas en que el instante queda detenido y aprisionado en la misma condición de su fugacidad.
El Cuaderno gris me parece el libro más intenso de la literatura catalana del siglo XX y uno de los grandes de todas las literaturas peninsulares. Es un libro inaudito, vivido, pensado, redactado en boceto en la época de mayor receptividad – en la juventud – y cribado, enriquecido, reescrito en la época de mayor dominio: en el arranque de la senectud.

El Grupo Editorial Planeta, que absorbió la editorial Destino, confió la revisión de las ediciones en catalán y español del Cuaderno gris a Narcís Garolera, Catedrático de Filología catalana en la Universidad Pompeu Fabra.
La edición revisada en español fue publicada por primera vez en la editorial Austral, otro sello de Planeta, en 2013, yo adquirí esta tercera reimpresión de 2016

La edición revisada en catalán, que hace la número tres del libro, la publicó Destino en 2016, al cumplirse los 50 años justos de la primera edición de 1966.

Haciendo un pequeño inciso, diré que gracias a este libro estoy dispuesto a aprender catalán en la intimidad, su práctica hablada la dejo para el señor Aznar.

Garolera dice:

Ridruejo vertió magistralmente al castellano la obra de Pla valiéndose de la primitiva edición catalana publicada en 1966, que contenía muchas erratas (subsanadas en su mayor parte por el traductor) malas lecturas del manuscrito, saltos de línea y supresión de blancas, cambios del editor y muchas arbitrariedades lingüísticas introducidas – con la mejor voluntad – por los correctores del original catalán.
En resumen, la revisión a que ha sido sometida la traducción castellana de El quadern gris arroja un balance nada desdeñable: se han realizado más de tres mil correcciones, que acercan al lector el texto original de la obra maestra de Pla. Creo que el esfuerzo ha valido la pena.

                                               ADJETIVOS

Dada la belleza, abundancia, exactitud, pertinencia y búsqueda incesante del adjetivo más adecuado y hermoso, incluso raro o humorístico en la obra de Josep Pla, parece necesario realizar una aproximación al mismo en el Cuaderno gris.
Como sabéis, los adjetivos sirven para delimitar con absoluta claridad el buen del mal escritor. Si estos son vulgares, repetidos, torpes, inadecuados, tenemos un mal escritor y si son todo lo contrario como en el caso de Pla, tenemos un genio de la escritura.
Según mi modesta opinión, nadie ha adjetivado tan maravillosamente desde Valle-Inclán hasta la fecha como Josep Pla. 

Adjetivar las cosas es el gran problema de la literatura según Pla. La crítica ha hecho del adjetivo el punto más estudiado de su narrativa.
En el libro La narrativa de Josep Pla. Estudio lexicológico, el profesor Juan Antonio Martínez Comeche cuantifica en 9.744 las apariciones del adjetivo, que representa el 18,10 por 100 del total del léxico planiano.

- Los adjetivos genéricos no me gustan nada
- No se puede añadir un adjetivo a un sustantivo a tontas y a locas, frívolamente.
- Pla aconsejaba que el adjetivo no fuese excesivamente vulgar ni excesivamente erudito y difícil de comprender. Tiene que ser preciso, decía, inteligible y claro y, a ser posible, gracioso.
- Con frecuencia reflexiono un cuarto de hora para colocar un adjetivo antes o después de un sustantivo.
- Buscar el adjetivo exacto y, si lo encuentro, lo pongo.
- Raras veces se encuentra el adjetivo. Pero si se encuentra el adjetivo, uno se puede ir a comer a casa, y comer una sopa, una tortilla… y no envidiar nunca nada a nadie.
Algunos ejemplos de la adjetivación de Pla :
- Una señora vestida literalmente de cacatúa.
- Señoras que hablan poniendo la boca en forma de culo de gallina.
- Joan B. Coromina, pequeño, ojo de perdiz – si envejece este ojo se le convertirá en un ojo de cacatúa – agitado, parece el bastardo de un César romano. Visto en conjunto parece un calabacín con piernas y, como camina un poco estirado como todos los miopes, hace el efecto de un rábano.
- Hermós tiene los ojos un poco rojos. Parece un gorila sonriente.
- El panorama es absolutamente perfecto – a pesar de la impertinencia de aplicar a un panorama el adjetivo perfecto.
- El mar es impintable, indescriptible, inaferrable, incomprensible y de una indiferencia total.
- El capitalismo es irracional, caótico, incomprensible, desordenado, caprichoso, injusto, doloroso, triste, absurdo… exactamente como la naturaleza y la vida.
- Baroja es subversivo, amargo, fulminante como un garrotazo, estridente, improvisado, cínico, irrespetuoso, sentimental, confuso, bilioso, caótico, sordamente irónico, catastrófico.
- Ridruejo opina de los adjetivos:
- Es una delicia – y un auténtico aprendizaje – encontrarse con la adjetivación de Pla, muchas veces seriada y generalmente acumulativa para perseguir el matiz, y con bastante frecuencia insólita, renovadora, tácitamente matafórica, que aplica a unos adjetivos que corresponden a otra, jugando también a barajar las notas de los sentidos y las notas de la valoración moral o estética.

                                               RETRATOS

Yo trato de mostrar a Pla como retratista genial, de ahí el título de mi librito.
Su complacencia por trazar retratos de personas en breves pinceladas o con trazo grueso, es tal que pueden cifrarse en cientos a lo largo del Cuaderno gris. Que esos retratos fuesen totalmente reales o con fragmentos inventados, entrevistos, escuchados o soñados por el autor no es competencia nuestra. Él los dejó así y nosotros los contemplamos y admiramos. Como escritor, Pla se arroga el derecho a inventar, a distorsionar la realidad cuanto quiere para lograr la belleza del conjunto.
Comenzaremos esta selección de retratos con el Autorretrato que Pla traza de sí mismo, y seguiremos por su familia, con su padre y su madre a la cabeza; después vendrán los amigos y conocidos que tanta importancia tuvieron en su vida; luego las mujeres: viejas y jóvenes, y también las putas; para terminar con los profesores y compañeros de Universidad.
Como corresponde a un dietario, Pla habla abundantemente de sí mismo, a veces de modo contradictorio como cuando afirma que tiene una dentadura excelente y en otro momento de su vida se queja de sus dolores de muelas y de que nunca acude al dentista salvo para extracciones por miedo al dolor que le causa.
El autor traza un autorretrato verídico en apenas ocho páginas que prefiero destacar por la unidad de acción que representa. Este autorretrato prometido a una anónima señora Lola S. que nunca envió por exceso del sentido del ridículo le define en físico y carácter.
En el autorretrato dice lo siguiente:

Escribo desde niño, pero escribir en mí es una actividad artificiosa y sobrepuesta. No tengo ni una idea clara – y esto parece que le pasa a mucha gente – de lo que tendría que hacer en la vida y, sobre todo, de lo que me convendría. A pesar de ello, esta afición que me deforma ha creado dentro de mí un yo íntimo y espontáneo, una persona extraña, que muchas veces ni yo mismo comprendo lo que tiene que ver  conmigo, tantas diferencias constato. En virtud de este desdoblamiento, resulta que si yo, por naturaleza, soy un ser débil y mísero, cuando tengo una pluma en la mano me vuelvo dionisíaco y ofensivo, entro en un estado de exaltación silenciosa y soy capaz de mantener una posición hasta las últimas consecuencias.

Vale más tratar de pasar desapercibido o, si se quiere, señora, de pasar de refilón. En un momento determinado, me parece que la mejor forma de pasar desapercibido sería estar gordo, porque estar gordo imprime carácter y da un talante determinado. Los hombres flacos, corrientemente, suelen ser precisos, infatigables e incómodos; los hombres gordos, por el contrario, vagarosos, inciertos y divertidos. Los primeros suelen actuar furiosamente con el compás y la regla; los segundos operan a ojo, con una gesticulación graciosa e imprecisa.

Examinando mi genealogía, los futuros historiadores dirán, quizá, que he tenido poca suerte con mis antepasados. Los hombres juzgan las cosas por la brillantez y, aunque esta tendencia vaya un poco de baja, no se puede negar que son animales inclinados a deslumbrarse. La oscuridad de mis antepasados es segura, pero es un hecho que he heredado de ellos una tradición de hospitalidad y de sociabilidad.

Mis facciones conspiran en todo momento contra la estabilidad de mis sentimientos, hacen suponer a la gente que me trata que mi sistema de afecciones y tendencias no tiene seguridad ni una base fija. En fin, me consideran un hombre volandero y huidizo, superficial, enigmático, inseguro y errático.

En definitiva, soy un hombre de este país, del matiz marítimo de esta comarca europea, amigo de las medias tintas, de la lluvia y de la neblina, más irónico que dialéctico, más contemplativo que obstinado.
Así, querría ser gordo y estoy delgado; querría saber cosas y no encuentro compañeros; querría discutir y todo está cerrado. La situación es cómica y desgraciada. De esta lamentable situación me viene el aire que tengo de hombre ocioso que busca trabajo y no lo encuentra. Por esto, señora, no estoy bien en ninguna parte y voy por el mundo como una sombra errante.

                         RETRATOS DE PADRES Y FAMILIA

Josep Pla presume de su ascendencia payesa que se remonta a varios siglos atrás, pero ni él ni su padre lo fueron en el sentido de cultivar la tierra. Su padre, Antoni Pla y Vilar, fue un pequeño propietario rural que vivió de las rentas del mas Pla, que es como llaman en Cataluña a una finca solariega con su vivienda llamada masía. El mas Pla está ubicado en Llofriu, un lugarejo con parroquia propia, que se transmitió de generación en generación en la familia.
Su madre, María Casadevall i Llac, heredó el mas Can Calç de Saint Climent, con cien besanas de alcornoques, un huerto sombrío, poca y delgada tierra de pan y un caserón sobre la loma. Todo en el término de la parroquia de Fitor.
Además de la casa en Palafrugell, su pueblo natal, que mandaron edificar los padres, la familia contaba con una casita de vacaciones, heredada por la madre y situada en Calella, en el centro de la playa del Canadell, donde veraneaban, a tres kilómetros y medio de Palagrugell.
Los hermanos Pla, Pere y Josep, poseían un bote llamado Nuestra Señora del Carmen, pequeño, de diecinueve palmos, con el que se divertían costeando a remo y a vela.
El retrato de su padre es poco complaciente y a veces resulta muy duro. Más amoroso resulta el de su madre, aunque tampoco se libre de las pullas y las ironías a su costa, manteniendo permanentemente el joven Josep el aire socarrón que le ha hecho famoso.
Se vuelve más descriptivo, más periodista desapasionado y certero cuando habla del resto de la familia: tíos, abuelos y demás.

De su padre dice:
Mi padre es hombre de un carácter más bien testarudo y desdibujado, dubitativo, fácil de pasar de la manía a la depresión. Tonet es el nombre que han dado siempre a mi padre sus amigos íntimos. Los que le tienen menos confianza le llaman señor Tonet.

En virtud del curioso principio, tan corriente en el país, que nos lleva a creernos diferentes de lo que somos en realidad, mi padre se tuvo siempre por un hombre práctico, por un hombre de acción. Eso le llevó a una serie de aventuras de las cuales salió, generalmente, apaleado y, al cabo, arruinado. Por esto, muchos de sus amigos dicen que, si se hubiera limitado a ir al café a leer el periódico, habría doblado la fortuna y conseguido una vida regalada. 

Mi padre no está bien de salud. Cuando habla con contrariedad o indignación, la voz se le oscurece y se le pone ronquera de garganta. Si va al café y hay demasiado humo, tiene una sensación de mareo y tiene que salirse. Los médicos dicen que tiene artritismo y una tensión muy alta. Pienso que tengo el camino trillado y que ése será el mío ineluctablemente.

De su madre dice:
Mi madre está suscrita a El Pan de los Pobres, una revista quincenal y piadosa de Bilbao que solicita caridad a través de todas las formas imaginables, sin olvidar la promesa del milagro casero, fácil, sin aspavientos, discreto. Uno de los milagros de la revista es hacer aprobar las asignaturas del bachillerato a los retrasados.

Mi madre – dicho sea con perdón – es de una pulcritud infatigable, constante, no para un momento. No hay nada que le guste más a mi madre que hacer una limpieza general, un baldeo dilatado y profundo, dirigir una enjalbegadura con albañiles y peones auténticos.

Tuvo que confesar varias veces – pues sus instintos de limpieza no le enturbiaban la tendencia a la objetividad – que vivir en aquella casa era como ir desnudo todo el invierno. Continuaba en su frenesí de abrir ventanas y puertas, aunque helase. Al cabo de medio minuto de haber saltado de la cama, ya todos los balcones estaban abiertos de par en par. Se pasaba la bayeta sobre los mosaicos cada dos días. Los baldeos semanales eran indefectibles. 

De los abuelos sólo he conocido a Marieta. El abuelo Josep Pla murió joven, herido por un rayo, mientras contemplaba, desde una ventana del mas, una tempestad. El abuelo Pere Casadevall ya estaba muerto cuando yo vine al mundo. La abuela materna, Gràcia Llac y Serra, según un daguerrotipo que se conserva en casa, fue una persona de mucha suavidad, con una raya perfecta sobre la frente y un punto de dulzura en las facciones francas y bien dibujadas.
Sospecho que la abuela Marieta tiene convicciones sólidas y firmes. Una de sus convicciones más arraigadas y permanentes es que no se debe estar nunca parado, que hay que hacer una cosa u otra en todo momento. Cada tarde va al mas, a pie – siempre vestida de negro, con el pañuelo a la cabeza y el cesto – . Es una viejecilla pequeña, con los ojos azules y mejillas color de rosa. En el mas trabaja dos o tres horas sin parar, entra y sale del huerto, sube arriba y baja, cose una saca, arranca una hierba, barre un rato, come una nuez o una almendra – parece una hormiga – . Habla de una manera pausada y monótona, con calma, sin gritar nunca, prestando interés a todo lo que se dice pero sin dar la impresión de que le afecte nada.

                     RETRATOS DE AMIGOS Y CONOCIDOS

Pla cultivó la amistad de numerosas personas, generalmente hombres porque en su tiempo apenas se daba la amistad entre hombres y mujeres por convencionalismos sociales. Curiosamente, escogió sus amigos entre personas mayores que él, al menos de quince años como precisa él mismo, y tanto en Palafrugell como en Barcelona. Frecuentaba sus amigos en tertulias de cafés, ateneos, bibliotecas y paseando como buen peripatético.
Los retratos más incisivos, mordaces y divertidos que ofrece Pla son de amigos y conocidos, que constituyeron uno de los capítulos más importantes en su vida. Ellos le orientaron en sus primeros pinitos de escritor, le facilitaron lecturas, ayudaron a su formación, le presentaron en las tertulias a que fue adicto siempre, y le proporcionaron trabajo, en primer lugar como secretario de una asociación llamada Sociedad Deportiva Pompeya, y luego como periodista, y cuando le despidieron de un periódico le buscaron otro. Entre sus amigos y su esfuerzo lograron el puesto de corresponsal en París del diario La Publicidad que marcó su vida y puso punto final al Cuaderno gris el 15 de noviembre de 1919.
Amigos y conocidos ocupan cientos de páginas en su libro.

A mí me sorprende que, a un hombre tan alto y gordo – Gori es un hombre muy alto y gordo –  , que bebe, en cada comida, un litro de vinazo de diecisiete grados, tan saturado de buenos pescados, de liebres, de conejos y de perdices, le gusten las estampitas vaporosas y evanescentes.

En el trato con los amigos Almeida resulta un cínico glacial y, como es gerundense – un gerundense rancio – aún resulta más frío. Es un gran cultivador, lúcido y sistemático, del adulterio por amor, porque su idea fundamental es que aplicar cualquier forma de contabilidad a los sentimientos es una falta de delicadeza. Un sentimiento pagado – dice – , aunque nada más sea con chuletas a la brasa, ya no es un sentimiento. Así, su estado natural es vivir en medio de combinaciones adúlteras, siempre gratuitas y, a veces, pesadas y complicadísimas y, a veces, desagradables, porque ha recibido más de un seco bastonazo – golpes que no han trascendido porque tiene comprada la discreción de vigilantes y serenos – . En fin: un puro idealista. Es casi seguro que, más que poseer a las mujeres, le interesa infligir una molestia a los maridos.

Puig Grasetes de joven fue periodista en Palafrugell y ahora reside en Sevilla. Es el de siempre: nervioso, más nervioso que nunca, atolondrado, desbordado de trabajo, desordenado, inquieto. Va vestido de negro, como es tan flaco y amarillo (se diría que lo han sulfatado) parece un magistrado de audiencia. Celebramos su llegada con copiosas libaciones y, en su honor, se arma un bacarrá que hace temblar las esferas.

Hermós lleva una gorra de patrón de pesca, negra, de seda, un poco de lado sobre la oreja. Bajo la gorra, ahora que hace tres días que no se ha afeitado y el pelo blanco, como un cepillo, pincha sobre la piel negra, presenta un aspecto de gorila impresionante. Sobre la linfa amarilla de los ojos le flotan unos filamentos sanguíneos. Cogió las fiebres en Argel y toma quinina. Tiene un aspecto algo marchito.

Físicamente, la nariz de Pere Poch no le acompaña mucho. La tiene aplastada de un lado y muy saliente del otro – como el tapón mal metido en el cuello de una botella – . Pero esta nariz notoriamente improvisada y fracasada contribuye a que todo el mundo lo encuentre muy simpático. En general, los hombres considerados feos son los que parecen más simpáticos. Así se queda mejor. La lástima, solamente, es la tendencia que tiene los domingos a ponerse un sombrero verde, un ala baja y la otra levantada, y unos zapatos de color casi rojo. Sobre el color terroso, gris-gorrión, modesto por no decir mediocre, de su piel, estas petulancias detonan un poco. Así, este hombre, que convive, desde hace tantos años, en centros doctísimos, parece, los días de fiesta, un recalcitrante fandanguero. Los domingos, pierde. Es un hombre de diario – por decirlo rápidamente.

Albinyana es uno de los hombres más flacos de la peña, más pálidos, más huesudos, de un aspecto más desesperado y ascético. Si el vientre de las personas tiende, generalmente, a manifestarse hacia fuera, a través de una curva más o menos pronunciada, el de Albinyana se curva hacia dentro y esto da a su cuerpo un aire encorvado, como si tendiese a doblarse sobre sí mismo. Tiene una nariz considerable, unos brazos y unas manos larguísimos, un pámpano de oreja de mucha extensión. Es un chico muy rico y muy cultivado.

El señor Guardiola es secretario titular. ¡Es un hombre extraño! Debe de tener unos cincuenta años, es alto, entrado en carnes, macilento, rosado de cara, de ojos azulados. Escaso de pelo, lleva, en la cabeza, un plafón de cabellos engomados, como una peluca tenue. Todo su cuerpo irradia una impresión de cosa blanda, desprovista de consistencia. Soltero recalcitrante, vive con una hermana – una señorita beata y ceremoniosa – . Acompañado siempre por ella, su carrera ha consistido en una larga peregrinación a través de oficinas judiciales mezquinas. Su presentación, su manera de caminar, de hablar, de vestir, de gesticular, ha creado, entre la gente, la hipótesis de la vaguedad de su sexo. En este sentido su vida debe haber sido muy dura, porque ha sido el hazmerreír de mucha gente. En su indumentaria hay tres elementos inconfundibles: el sombrero duro tornasolado por el exceso de aprovechamiento; el chaleco blanco con botones de nácar de una coloración rosada; una capa de esclavina con vueltas de terciopelo rojo. Caminando, tiene una manera de jugar con esas vueltas, tan femenina, retozona y llena de coquetería, que a veces hace pensar en alguna vieja cupletista, irrisoria y desbarajustada.

El señor Pelegrí Casades i Gramatxes es terrible y menudo, gruñón, bilioso, malcarado, sátrapa y lengua viperina desenfrenada. Don Pelegrí es un hombre de una altura tan minúscula que para poder realizar sus trabajos de erudición y llegar a la mesa se hace poner sobre la silla un montón de libros voluminosos. Estos libros contienen las obras más considerables que ha producido el espíritu humano: la Sagrada Biblia, la Patrología de los Santos Padres, las Decretales. Es muy posible que hayan pasado por su culo libros mucho más importantes que por sus manos.


            RETRATOS DE SEÑORAS, SEÑORITAS Y PUTAS

La educación sentimental de Josep Pla comienza con las señoras, sigue con las señoritas y acaba con las putas sin más, que frecuenta desde su juventud.
De las señoras, especialmente las de mayor edad, habla generalmente bien, liberado de tensiones emocionales. De las señoritas, con admiración, distanciamiento y en ocasiones clara repulsión, como solterón impenitente que fue toda su vida pese a convivir al menos con dos mujeres diferentes durante algunos años.
De su trato con putas ofrece algunos detalles, primero en Palafrugell donde las visitaba a veces con su dinero y otras invitado por sus amigos, y después en Barcelona, siempre estudiante sin un céntimo, donde las añora vivamente y nos da cuenta de ello por sus frecuentes paseos por las Ramblas. Tal vez las frecuentó toda su vida.

Las señoras:
La señora Carolina es sorda como una tapia pero su incomunicación le ha llevado a practicar el arte de saber noticias. La señora Carolina es una de las personas más chismosas de la población. Lo sabe todo. No se le escapa nada. Es una esponja que absorbe todo lo que se produce a su alrededor. Es una chismosa de tipo provocativo; su comunicación normal con la gente se produce de esta manera: ella tiene siempre a mano un recorte de periódico. Al encontrarse delante de alguien hace con el diario de que dispone un cucurucho, se lo aplica a la oreja, acerca la boca del embudo de papel a la boca de la gente y dice, con su cara llena de curiosidad:
- Diga, diga…

He encontrado a la señora Rosita. Venía de misa, caminando derecha y pausada, con la mantilla, los rosarios y, con su cubierta de nácar, el libro. Me ha alegrado verla. Hace un esfuerzo para alegrarse moderadamente – un poco fallido –  . Me quiere dar a entender – como hacía años atrás y como siempre, quizá, ha hecho, que tiene una preocupación permanente, algo que la consume siempre. Sus caídas de ojos son una maravilla de pudor, de lentitud, de tristeza – una cosa perfecta. El barroco cultivó este tema con gran eficacia y ella lo imita.

Por la mañana, las señoritas van al pinar del señor Ferriol a hacer punto de cruz o crochet. A las doce, las personas serias toman un baño de entrar y salir. El contacto del agua de mar en los muslos del sexo femenino hace exhalar a estas personas unos chillidos como los de la degollación de los Santos Inocentes.

Montserrat es una de las chicas más bonitas y esbeltas que se pueden ver en este momento. ¡Qué maravilla, qué impresionante belleza es esta chica! Es agradable transportar, aunque sea en una embarcación tan pequeña, una diosa joven, rubia y fresca.

Recuerdo a la señorita Ponjoan, que conocí en una fiesta mayor de Calonge en mi adolescencia: un sueño de carne joven, tirante, esbelta, rubia.
A primera hora de la noche encontramos un grupo de chicas espléndidas – la señorita Ponjoan especialmente. ¡Maravillosa criatura, con un reflejo de carmín de concha sobre la pulpa de la carne tensa – ! Me entró una especie de frenesí.

Lola Fargas pasa por la plaza, vestida de invierno. Me parece una pura maravilla. Parece imposible que las mujeres, generalmente deformes y horribles, puedan ofrecer creaciones como ésta, concretas y precisas. ¡Qué hermoso sueño!

La señorita V., a pesar de ser tan morena, es muy romántica. Ante las personas románticas no sé nunca qué hacer: no sé si ponerme a reír o ponerme a llorar. Pero la dificultad siempre es la misma: no hay forma de rematar. Son impenetrables, inasequibles, imposibles, inaferrables, inabordables, intocables, impalpables, irreductibles. La fatiga hace decaer el encanto y llega un momento en que se duda si tienen una existencia real.

Y las putas:
Como la casa estaba vacía de clientes, hemos pasado al salón. Las chicas se apiñaban alrededor del brasero prácticamente extinguido. Una tosía, la otra estaba afónica, la tercera tenía una ronquera de matiz alcohólico siniestro. No sé si puede imaginarse una cosa más triste, pobre, fría, desgarrada, macilenta, exangüe, tronada, cruda, cruel, inapetente, que uno de estos antros lugareños del vicio y del placer.

Contra la siniestra casa de trato, que me horroriza sin acabarme de amodorrar, la única solución es la fatiga sin objeto. Sucede a veces, sin embargo, que el exceso de fatiga pone en tensión todos los nervios y así uno acaba en el mismo sitio que hubiera querido evitar desde el principio.

Coromina explica que un día, en Girona, un señor de la ciudad, muy respetable, decía a Rusiñol:
- ¿Cómo es posible, don Santiago, cómo es posible que usted y sus amigos, que son personas tan formales, personas tan buenas y queridas, frecuenten estas mujerotas del barrio, estas mujerotas de tres pesetas…?
- ¡Un momento, un momento! – dijo Rusiñol parándole en seco – . ¡La mía era de cuatro…!

A las dos de la madrugada vuelta por la Rambla. Gran animación. En la plaza del Teatro, el mercado erótico es impresionante. Gran abundancia de señoritas del mediodía de Francia, altas, gruesas, majestuosas. Las caderas pasan, girando, como esferas que ruedan en virtud de un movimiento mecánico.

RETRATOS DE UNIVERSITARIOS: PROFESORES Y ALUMNOS

El paso del joven Pla por la Universidad no fue nada placentero y ello pese a terminar la carrera de Derecho que nunca ejerció, más como una concesión a los deseos de sus padres que por su propio gusto o interés, obsesionado desde niño por escribir y escribir.
La Universidad como institución es diseccionada con escalpelo, concediendo especial importancia a la ineficaz formación de los alumnos. Retrata admirablemente a varios catedráticos en sus tareas docentes. De los alumnos habla poco y mal, los jóvenes de su edad nunca le gustaron. 
Estas páginas se cuentan entre las más divertidas del libro. Especialmente las dedicadas a dos catedráticos y a sus asignaturas: Lógica Fundamental y Derecho Natural.
Sólo por las páginas dedicadas al Derecho Natural, el Cuaderno gris merecería ser leído por todos los abogados de España, empezando por Nicolás, Juan y otros aquí presentes.

He pasado cinco años de mi vida en una Facultad de Derecho: no he oído hablar nunca, ni por casualidad, de Justicia. La palabra misma, no la he oído pronunciar nunca. Hubiera estado probablemente desplazada en un ambiente que pretende crear pillos, más que personas de un cierto equilibrio humano. Así, el sistema docente da armas fuertes a los débiles y lisiados morales, a los pequeños ambiciosos, a los marrulleros desenfrenados, a los fanáticos, a los pedantes. Se aprenden todas las artes de la simulación y de la zancadilla, de la adulación y de la habilidad. No se lucha nunca con nobleza y claridad. A los temperamentos fuertes, la universidad los ahoga, los corrompe. 

1 de mayo – A las doce en punto de la mañana, atraviesa el patio de Derecho don Cosme Parpal i Marqués, catedrático de no sé qué asignatura de Filosofía y Letras. Va vestido de paisano. Lleva chaqué. Parece un palomo: pierna delgada, pantalones estrechos, vientre alto e imponente, cabeza pequeña, frente fugitiva, cabellos hacia el cogote, todo el cuerpo echado hacia atrás de una manera tan acusada que, cuando acciona con el bastón, no toca nunca en el suelo. Los faldones del chaqué dan unos saltitos de una comicidad irresistible.

En aquella ampliación de Letras había diversos fenómenos, el primero de los cuales era don Josep Daurella i Rull, que profesoraba la Lógica fundamental. Cuando atravesaba el patio de la facultad – a menudo llevando birrete y toga –  se veía claro que el señor Daurella se dirigía a realizar una acción fundamental. Cuando, ya sobre la tarima, se sentaba a la mesa, era completamente transparente que se disponía a cumplir una obligación pagada, ciertamente, pero fundamental. Cuando se ponía a hablar se producía en el aula aquella indefinible emoción que se siente delante de una fundamentalidad actuante. En el plano de los estudios universitarios no se podía encontrar ninguna disciplina, o sea, ninguna asignatura, que fuese cualificada de manera tan sensacional. En el sector de las Ciencias Exactas, que de todos modos se ha de suponer que tienen una cierta exactitud, no había nada parecido. Ni la Geometría, ni el Álgebra, ni el Cálculo Integral eran calificados de fundamentales. Sólo la Lógica, la Lógica de los silogismos, una especie de pasatiempo inventado por los escolásticos y mejorado por los jesuitas, era tenida por fundamental. Esto era debido al hecho de que la Lógica, tal como se enseñaba en los estudios de ampliación de Derecho y de Filosofía y Letras y, sobre todo, tal como la explicaba el señor Daurella, era tenida por la verdad pura, auténtica, objetiva y decisiva. Si no hubiese sido así, el calificativo hubiera sobrado.
Era un señor de mediana talla, tirando a grueso, de una morenez olivácea, ligeramente agitanado. La cara, ondulada de bolsitas y de arrugas suaves, contenía un filón, entre clericaloide y comercial, profundamente indígena. Vestía de negro, de un negro definitivamente respetable, de casa funeraria. El cuello era grueso y de gran diámetro sobre las vastas espaldas. Un plastrón de seda densa, sobre el cual se destacaba una perla rubia, ocupaba el triángulo de la abertura del chaleco. Tenía los pómulos anchos, los ojos pequeños y vivos, los cabellos negros aplastados sobre el cráneo y la boca un poco torcida. La movilidad, la vitalidad de sus facciones, era extremada en un marco inmóvil de búdica impasibilidad. Cuando, en invierno, se resfriaba, aparecía con un fular de seda roja en el cuello que le daba un aire vagamente episcopal.

En aquella ampliación inolvidable había otro catedrático muy bonito, llamado don Juan de Arana y de la Hidalga – ¡toma del frasco! –  que profesaba el Derecho Natural, era vicerrector – Daurella era el decano – , consejero del Banco de España, etcétera, es decir, un maestro perfecto.
Hacia 1914, Arana – así le llamaban sus hijos espirituales –  ya lo tenía todo aclarado. Era un señor menudo, regordete, con una cierta forma, visto en conjunto, de huevo de Pascua. Tenía un aspecto muy correcto y una presentación muy elegante: parecía un conejito recién peinado. Hombre de edad – debía de tener de sesenta a setenta años – su vitalidad era extraordinaria. Por la mañana iba vestido de financiero maurista: llevaba abrigos claros, zapatos de charol con botines grises, bigote y barbita admirablemente presentados, un flexible de color café con leche, con una cinta azul, y guantes claros. A veces, la edad le hacía temblar un poco la barba y entonces estaba más bonito que nunca. Era un viejecito de vitrina tan típico y tan bien presentado que hubierais dicho que se alimentaba con cucharadas de leche condensada sin disolver, con tostaditas con manteca de lujo y que, después de comer, se secaba el morrito con un pañuelo de color azul con caladitos, bordado.
Era profesor de Derecho Natural, que era el nombre que tenía en los programas universitarios de este país la Filosofía del Derecho – se entiende, la Filosofía del Derecho escolástica – . Yo no sé, francamente, si existe el Derecho Natural. En el aula del señor Arana no saqué nada en claro y, como más tarde no he tenido tiempo material para reflexionar sobre estas cosas, no puedo decir si el Derecho tiene unos principios inmutables, eternos, válidos en todas las latitudes, esto es, objetivamente natural, como es natural, por ejemplo, la composición y la forma de un gato, de un sombrero duro o de un melón, o si el Derecho Natural es un derecho artificial que unos cuantos señores respetables llaman <natural> porque en su casa están bien, han heredado o han hecho una buena boda y los niños estudian el bachillerato. Lo único que puedo decir es que el Derecho Natural era una asignatura que resultaba, dada la vaguedad de su existencia, un poco cara de matrícula y que para <pasar > – o sea, para aprobar – había que comprar y repetir de memoria algún capítulo de un manual sobre la materia, escrito por un tal Rodríguez de Cepeda que, según decían, era valenciano.
Este manual era absolutamente típico, modélico de esta clase de monstruosidades editoriales. En los prolegómenos, el autor, con la mayor seriedad, exponía, en un número considerable de hojas, la importancia de la asignatura, sin duda para convencernos de que se merecía el sueldo que ganaba. Después venía la exposición de las teorías del Derecho. Había un montón. Todo el mundo que se había ocupado de la cuestión había dicho lo suyo con un sentido absolutamente personal disintiendo de todos los demás, en virtud, sin duda, del inmortal principio de que cada maestrillo con su librillo. Teoría de Rousseau. Teoría de Kant. Teorías de Hegel, de Hobbes, de Spinoza, sin contar las teorías de los orientales, de los griegos, de los romanos, de los medievales, de los barrocos, de los ilustrados y de los contemporáneos. En esta inacabable procesión de teorías, aparecían dos nombres que inspiraban un respeto y una curiosidad instantáneos: los de Grotius y de Pufendorf. Las personas dedicadas a elaborar teorías que tienen la suerte de tener nombres así, tienen la inmortalidad universitaria asegurada.
Esta lista de opiniones nos daba muy mala espina...
           
                                   RETRATO DEL RETRATISTA

Basándome siempre en sus propios testimonios, trazaré ahora un retrato del retratista, y no sólo de su autorretrato verídico del que ya hablamos, sino entresacándolo de las múltiples alusiones dedicadas a sí mismo desgranadas página a página en su Cuaderno gris.

Gran amante de su terruño natal, al que llama repetidamente mi país, que no es siquiera toda Cataluña, sino el Ampurdán, y más en concreto su Palafrugell natal,  habla con cierta displicencia de otros catalanes nacidos en Olot, en Barcelona, incluso en la cercana Gerona. Al resto de España los considera genéricamente castellanos y habla críticamente de la capa, que todos consideramos como castellana porque ese fue su origen, y él en cambio denomina madrileña.

Si consideramos políglota al que domina al menos tres idiomas Pla lo era: catalán, español y francés. Los dos primeros como sus idiomas maternos y el francés que aprendió muy bien en la escuela y que entendía y hablaba perfectamente desde pequeño. Intentó estudiar italiano como constata una cita del libro, aunque desconocemos su conocimiento profundo o superficial del idioma.
Son numerosísimas sus citas en francés, el idioma considerado culto por toda la clase alta y la burguesía europeas durante el siglo XIX , y también en italiano. Nunca se molesta en traducir las citas, estimando tal vez que sus lectores son de la misma élite intelectual a que él mismo pertenece y que resultaría demasiado obvio, quizás impertinente, traducirlas.  

Pese a la imagen encubridora que cultivó de payés cazurro con boina, Josep Pla fue un intelectual de pies a cabeza afianzado firmemente en las tres patas que dieron sentido a su vida: la música, la pintura y la lectura de libros, libros y libros. La culminación de todo ello fue su desmedida pasión por escribir desde niño a la que consagró su existencia completa.
En cuanto a la música dice que le gusta la música mala por las mismas razones que a otros les gusta la música buena. Es otra de sus tretas para engañarnos, la verdad es que ama las sardanas de su tierra y la música buena, la clásica, de la que cita a los grandes autores en multitud de ocasiones.
Se hace muy amigo de Roldós, un pianista pobre que amenizaba en el local del cine las películas mudas con sus interpretaciones al piano de compositores de música clásica que Pla apreciaba y el resto desconocía. Describe la educación de las señoritas de su época que incluía saber tocar o maltratar el piano con algunas obras clásicas, latosamente repetidas por las ejecutantes, y de dos hermanos, vecinos de su casa de la playa, que interpretaban con virtuosismo a cuatro manos algunas piezas clásicas. Son innumerables las citas en este sentido de autores eternos que todos admiramos.

La pintura constituye otro de sus amores profundos, no en vano él es un pintor de palabras, tanto de paisajes como de personas.
Veo cada vez mayor relación entre Pla y pintura, en concreto con el impresionismo y el expresionismo que reinaron en Europa: desde finales del siglo XIX el impresionismo y la aparición posterior del expresionismo en las primeras décadas del siglo XX.
Entre impresionismo y expresionismo oscila la prosa de Pla. Con 22 años, es decir en 1919, disfruta el escritor de su primera estancia en París como corresponsal del periódico La Publicidad, que abarcó de finales de 1919 a mediados de 1920. El impresionismo reinaba entonces con todo su fulgor en la capital francesa y allí pudo contemplar las obras de los autores más representativos de esta corriente.
También mantuvo una larga estancia profesional como periodista en el Berlín devastado tras la pérdida por Alemania de la Primera Guerra Mundial (la Gran Guerra como se conoció), adonde se habían trasladado los primeros expresionistas alemanes reunidos en el movimiento denominado Puente, ubicados en principio en Dresde, y que pasaron a Berlín en 1911, disolviéndose en 1913. Allí, el joven Pla bien pudo contemplar los cuadros expresionistas de ambiente urbano y otros temas que entonces destacaban en la vanguardia pictórica en Europa.

Y por encima de todo dedica su tiempo a la lectura de libros, de los que cita numerosos en catalán, en español (al que siempre llama castellano) y en francés. 
Su pasión por los libros comienza por los clásicos: griegos y latinos, cita a Tucídides, Homero, los Diálogos de Platón, Aristóteles, Esquilo. De los clásicos franceses prefiere a Molière sobre Racine, porque dice que es más clásico y a Voltaire; lee a Rostand, André Gide y las poesías de Rimbaud; los versos de Victor Hugo y por encima de todos a Montaigne, cuyos Ensayos le acompañaron en todos sus viajes. De los escritores modernos franceses ama especialmente a Marcel Proust, cuya lectura le indicó uno de sus amigos porque lo desconocía.
Entre los filósofos, el más citado es su contemporáneo Nieztsche, y también Hegel, Kierkegaard y Descartes. Cita a Goethe, Romand Rolland y a Lord Byron en una traducción francesa, Joubert y Renán, llamado impío. Versos del Dante en italiano y fragmentos de Leopardi. También lee y estima a Dostoievski.
Los escritores catalanes ocupan su tiempo, con lecturas de Verdaguer, Victor Catalá, Rusiñol, Eugeni d´Ors, Josep Carner; la traducción de la Odisea al catalán hecha por Carles Riba y el Dietari de Francesc Rierola; la Gramática Catalana de Pompeu Fabra. Lee El criterio de Balmes.
Entre los escritores españoles destaca sobre todos su amor por Pío Baroja, cuyas obras cita de continuo. También estima mucho a Azorín, de quien dice que ha leído casi toda su obra, a quien compara con Pérez de Ayala y a este con Castelar.

Fumador empedernido, escapado de la gripe, tragón enorme y delicado a la vez, viajero incansable, son otras de sus rasgos vitales. La timidez fue una de sus características más acusadas, muy apreciable de niño y adolescente, paliada luego por sus continuos viajes y su roce con otras culturas y personajes mil.

                                             Autocrítica

Como tengo por costumbre en mis escritos, incluyo aquí una pequeña autocrítica sobre mi libro, de ese modo nadie podrá decir que esta insigne máquina no ha logrado ni una sola de ellas.

¿Cómo se atreve un fulano de Madrid a hablar de la obra de un catalán por la traducción de una de sus obras al español? ¿Acaso no están enfrentados los dos idiomas y quienes los hablan? En este sentido nadie sabe, ni en Madrid ni en Barcelona, si tomárselo a broma o como osadía, tontuna, estupidez o impertinencia.
Me defenderé diciendo que en mi caso no existe enfrentamiento alguno, ni en personas ni en idiomas, y que los políticos hagan lo que les dé la gana. Yo, con Pla, considero mi intento perfectamente plausible. Siempre juzgo a los escritores exclusivamente por lo que escriben. Y punto.
En otro orden de cosas, el presente no puede ser un trabajo universitario, en primer lugar porque este autor no es filólogo sino un humilde periodista. Además, las cátedras son siempre del idioma original, y hay cátedras de catalán, pero no de obras traducidas del catalán a otras lenguas. Tampoco admitirían la obra en una cátedra de lengua española aunque la traducción sea maravillosa. Nada que objetar.
¿Por qué escribir ahora un libro de un autor como Josep Pla? Mi respuesta es que considero a Pla un escritor maltratado y poco leído en la mayor parte de España; tratándose de un monstruo de las letras hispánicas ello constituye una gran injusticia que mi escrito espero contribuya modestamente a paliar.
¿Dónde encajaría esta obra? ¿Interesa al hombre de la calle de inicios del siglo XXI la obra de un autor catalán que abarca la primera mitad del siglo XX? Es muy dudoso, por no decir imposible: en ella no hay violencia ni sexo, ni logias extrañas ni redes mafiosas, ni corrupción ni amores locos, ni políticos ni famosos, o sea nada llamativo que importe a nadie.
Si no encuentra acomodo ni en la Universidad ni en la calle este empeño mío parecería absurdo y condenado al silencio, pero pese a todo continuaré con él. Colón tampoco sabía a ciencia cierta adonde iba salvo apuntar a unas hipotéticas Indias, y siguió adelante hasta que descubrió América. Yo también voy en busca de mi América particular que tal vez esté dentro de mí. Los clásicos latinos decían: conócete a ti mismo, y este libro fabuloso quizá logre esa proeza en mí.

Os habréis percatado que utilizo siempre el término español al referirme a nuestro idioma común en España, porque para mí castellano fue exclusivamente el idioma de Castilla. A continuación paso a exponer los motivos de ello.
Mirando a nuestra historia, el Reino de Castilla acabó imponiéndose al resto de los reinos patrios y su idioma, denominado castellano en sus inicios, pasó a ser español al hablarse en toda España. Idéntico proceso histórico sucedió en algunos de nuestros países más cercanos: el idioma de la región de París terminó siendo el de toda Francia y desde entonces se denominó francés; otro tanto ocurrió con el dialecto toscano con capital en Florencia que extendió su uso a toda Italia por decisión de los artífices de la unificación del país de 1815, pasando a nombrarse como italiano. Nadie en Francia llama parisino a su idioma ni en Italia toscano al suyo; tampoco en los países americanos de habla hispana se refieren a su idioma y nuestro como castellano sino español y lo mismo hacen en los organismos internacionales como la Unión Europea, la ONU y sus agencias donde no existen traductores al castellano.
La pervivencia, exclusivamente en nuestro país, del término castellano se debe a la eclosión de las autonomías consagrada en la Constitución española de 1978. En ciertas autonomías el español se comparte con sus idiomas propios: catalán, euskera y gallego. Esta Constitución, tan amada de los demócratas españoles que sufrimos la odiosa dictadura franquista castradora de todas las libertades, utiliza el término castellano para referirse a nuestro idioma común: “El castellano es la lengua oficial del Estado” dice textualmente en su artículo tercero. A mi modo de ver, los Padres de la Patria redactores de dicha Constitución se equivocaron en este aspecto, presionados sin duda por los autonomistas que participaron en su elaboración.
Yo no albergo dudas en este sentido: uso y seguiré usando toda mi vida el término español para referirme a nuestro idioma. Además, uno se siente estupendo disintiendo mínimamente de nuestra querida Constitución. Mi pequeña constitución que comparto con numerosos escritores en nuestra lengua es el Diccionario de uso del español de María Moliner y al mismo me atendré siempre. 

Para terminar diré que mis aportaciones a esta antología de citas son escasas, aunque no me negareis que la elección de las citas y esas mínimas palabras y frases que conforman páginas sacadas de mi caletre son sublimes, magníficas, mayestáticas como un nosotros aplicado a uno mismo y solo: escribimos maravillosamente.
Pese a mis canas, me contemplo a mí mismo en el espejo con arrobo y entusiasmo ilimitados sin que sea momento de afeitarme constatando que, como se decía antes, soy un erudito a la violeta (la insigne María Moliner viene en mi ayuda: Persona cuyos conocimientos o erudición son solo superficiales), aunque haya leído hasta la fecha más de veinte obras del propio Pla o sobre su obra.
Espero que no dudéis ni por un momento de la hermosura del término floral, mucho más bello que este individuo orgulloso y callado (que se vuelve dionisíaco y atrevido como Pla cuando agarra una pluma) a quien tirios y troyanos han llamado siempre Eloy a secas como a los reyes; alguien que exhibe obscenamente y sin pudor alguno sus arrugas, sus abundantes limitaciones, sus manías, sus achaques y sus pesados setenta y pico tacos a cuestas.

Esto se ha terminado.

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