domingo, 22 de septiembre de 2013

El Imperio, de Ryszard Kapuscinski
Por Eloy Maestre
 
El Imperio, del periodista polaco Ryszard Kapuscinski, es uno de los grandes relatos verídicos donde se cuenta la historia y la posterior desaparición de la Unión Soviética en 1991.
 
 
La obra
 
Anagrama ha editado varios de los grandes reportajes del insigne periodista en forma de libro. Yo poseo cuatro de ellos: El Sha, sobre el Sha de Persia, editada en 1987; El Emperador, sobre el emperador de Etiopía, Haile Selassie, en 1989; El Imperio, sobre la extinta Unión Soviética, cuya primera edición data de 1994 y la cuarta en mi poder de 2002. Finalmente, Viajes con Heródoto, en 2006, donde recuerda al Padre de la Historia con viajes por los parajes que el autor griego reseñó en su obra capital Los nueve libros de la historia.
 
 
El autor
 
Con sus grandes reportajes recogidos posteriormente en libros, Kapuscinski (1932 – 2007) nos honra a los periodistas del mundo entero. Sus viajes han abarcado durante decenios gran parte del mundo, incluyendo África, las dos Américas y Asia, documentando especialmente numerosos golpes de estado.
Desde su radical y genético rechazo, como buen polaco, a la Unión Soviética y su antecesora la imperial Rusia de los Zares, que invadió, aplastó y troceó su país en numerosas ocasiones de su historia, el periodista nos muestra un relato tan comprometido como el resto de los suyos, apasionado defensor de los habitantes de cada país y crítico con sus gobernantes.
 
 
El Imperio
 
Kapuscinski divide su obra en tres partes: Primeros encuentros (1939 – 1967), que constituye el relato de sus antiguas estancias en el Imperio; A vista de pájaro (1989 – 1991), donde da cuenta de algunos de sus largos viajes por zonas diversas, que abarcaron, según nos dice, 60.000 km2. Finalmente Suma y Sigue (1992 – 1993) es un compendio de sus reflexiones, opiniones y notas.
 
La Unión Soviética no era una nación, sino una nación de naciones, que reflejaba como ninguna el término geográfico Eurasia, porque incluía una buena parte de Europa y otra de Asia, con 83 idiomas hablados en las repúblicas que la componían, su superficie total abarcaba la fabulosa extensión de 22 millones de kilómetros cuadrados. Si se compara con el medio millón de España, concluiremos que era cuarenta y cuatro veces mayor que nuestro país.
 
Entre las atrocidades del régimen soviético, el autor destaca los 10 millones de ucranianos muertos literalmente de hambre entre 1930 y 1933 por una orden de Stalin que ordenó confiscar por entero sus cosechas. También los condenados a trabajos forzados en Siberia sumaron varios millones de muertos más.
Si se da por cierta la cifra barajada por numerosos historiadores, se contabilizaron 20 millones de muertos entre combatientes y población civil durante la Segunda Guerra Mundial en aquel vasto país.
 
 
Estilo
 
Como periodista que escruta profundamente la realidad, desde varios puntos de vista para no errar, Kapuscinski nos lleva de un lado a otro de aquella gigantesca nación contando cosas de ahora y de antes con máxima claridad.
 
El relato pasa a lo onírico o psicodélico cuando habla de un grupo de personas reunidas en un domicilio particular para ver un partido de fútbol en un televisor estropeado:
 
“Clavé la vista en la pantalla que no transmitía ninguna imagen. La cóncava curvatura de cristal la recorrían con frenesí y en todos los sentidos miles de chispas de todos los colores. El televisor estaba estropeado y si una tele se estropea en el Komsomolski Posiolok  no hay manera de arreglarla.
Nunca había visto nada semejante. Una veintena de hombres con la vista clavada en una pantalla centelleante que cada dos por tres despedía columnas de chispas, como las que se levantan sobre el fuego cuando alguien le echa una rama de pino seco. Motas, rayas y granos de luz bailaban, latían y chisporroteaban como un febril y etéreo espejismo. 
En determinados momentos el lado izquierdo de la pantalla empezaba a despedir un chisporroteo rojo que vibraba, ondeaba y corría de un lado para otro, y, de repente, la habitación se llenaba de un grito: ¡Goooool! ¡El Dinamo ha metido un gol! ¿Cómo sabes que lo ha metido?, pregunté perplejo, a Yevgueni Alekseievich, tanto más cuanto que en la tele tampoco funciona el sonido. ¿Cómo no lo voy a saber?, me contesta con gran asombro. ¡Todo el mundo sabe que el Dinamo lleva camisetas rojas!”
(pag. 170).
 
 
Hasta qué punto pudo llegar la carencia de bienes materiales en el vasto imperio nos lo muestra una anécdota de un viaje del autor ocurrido en Bakú, la capital petrolera de Georgia, en 1990.
Perdido en medio de la ciudad, enfermo y sin encontrar un taxi para desplazarse, el periodista enarbola en su mano en alto un barato bolígrafo Bic y el milagro se produce. Una chica joven lo ve e indica a su padre que conduce un coche que se detenga a su lado. Este lo hace y por el módico precio del bolígrafo conducen a Kapuscinski en el coche hasta su destino
(Pag. 146).
 
 
La guerra fría en dos mapas
 
“En el mundo se imprimen dos mapas del globo celeste. Uno es el distribuido por The National Geographic (EE UU), y en él, en medio, en el lugar central, se ve el continente americano rodeado por dos océanos, el Atlántico y el Pacífico. La antigua Unión Soviética aparece cortada en dos y colocada discretamente en los extremos del mapa para que no asuste con su inmensidad a los niños americanos.
Es del todo diferente el mapa que imprime el Instituto Geográfico de Moscú. En él, en medio, en el lugar central, está situada la antigua Unión Soviética, que aparece tan enorme que nos aplasta con su grandeza, y América está cortada en dos y colocada discretamente en los extremos del mapa, para que el niño ruso no pensara para sí: ¡Santo cielo! ¡Qué grande es América!
De esta manera, dos mapas forman, desde hace generaciones, dos visiones diferentes del mundo.”
(pag. 216).
 
 
Reflexiones del autor
 
“Pensé en la terrible inutilidad del sufrimiento. El amor sí deja su obra: las generaciones que vienen al mundo y garantizan la supervivencia de la humanidad. En cambio, ¿el sufrimiento? Una parte tan inmensa, tan dolorosa y la más difícil de la vida humana pasa sin dejar huella. Si se pudiera reunir la energía del sufrimiento que habían dejado aquí millones de personas y convertirla en fuerza creadora, se podría hacer de nuestro planeta un jardín frondoso.”
(pag. 233)
 
“Al mundo lo amenazan tres plagas, tres pestes.
La primera es la plaga del nacionalismo.
La segunda es la plaga del racismo.
Y la tercera es la plaga del fundamentalismo religioso.
Las tres tienen un mismo rango, un denominador común: la irracionalidad, una irracionalidad agresiva, todopoderosa, total. No hay manera de llegar a una mente tocada por cualquiera de estas plagas. En una cabeza así constantemente arde una santa pira en espera de víctimas.”
(pag. 266).
 

 

 





 

 

 
 


 

 

 

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