La conjura de los necios, de John Kennedy Toole
Por Eloy Maestre
La conjura de los necios es una de las novelas más divertidas que
he leído en mi vida con un trasfondo más dramático: su autor se suicidó muy
joven al no lograr publicarla.
Lo consiguió su insistente madre en una pequeña editorial de una universidad
de Estados Unidos. Inmediatamente obtuvo un éxito clamoroso, logrando el
prestigioso Premio Pulitzer y su inmediata traducción a varias lenguas, entre
ellas la española.
La edición original se publicó en 1980 en la Louisiana State
University Press, y se tradujo al español con inusitada rapidez, apareciendo la
primera edición de la Editorial Anagrama
en mayo de 1982. Yo poseo la segunda edición de septiembre de 1982. Sus
traductores al español fueron J.M. Alvarez Florez y Ángela Pérez, que lograron
su cometido con gran brillantez.
El autor
El escritor estadounidense John Kennedy Toole (1937 – 1969) fue un
estudiante brillante con escasas relaciones sociales. Tras concluir sus
estudios universitarios y desempeñar pequeños trabajos logró escribir su obra
capital: La conjura de los necios, ambientada en su Nueva Orleáns natal, sin
conseguir que la publicasen. Se suicidó en 1969, con 31 años de edad. Es de
lamentar la ceguera de los editores que rechazaron el texto y la soledad del
autor que le llevó al alcoholismo y la depresión, y posteriormente al suicidio.
Sus lectores no podremos disfrutar de otras obras suyas magníficas como la
presente.
El protagonista de La conjura de los necios
Ignatius es el nombre del protagonista, imagino que por San Ignacio
de Loyola, y en latín por remarcar más su singularidad. Es un treintañero
deslenguado, vago y guarro, que desprecia a todo el mundo comenzando por su
madre. Viste una gorra de cazador verde, con orejeras, un ropón informe y tiene
unos ojos singulares: uno azul y el otro amarillo. Su amor por la filosofía lo
demuestra regalando “La consolación por la filosofía” de Boecio al patrullero
Mancuso, amigo de su madre.
Se cree superior a todos, los desprecia e insulta. No ama a nadie,
ni siquiera a su madre, único pariente que aparece en la novela, a quien
maltrata continuamente de palabra. Tampoco ama a Myrna, la chica con la que se
cartea asiduamente que fue compañera suya de estudios y amoríos en la Universidad. Ignatius
está terriblemente solo, imagino que en cierto sentido trasunto del propio
autor de la novela:
“Pese a que han estado sometidos, los negros son una gente bastante
agradable en general. Yo había tenido poca relación con ellos, pues sólo me
relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie.”
(pag. 123)
La historia
Un chico joven pasea con su madre por una ciudad y está a punto de
ser detenido por insultar a un policía. Su madre acude a su rescate y ambos tienen
un pequeño accidente con su coche, que la madre conduce, chocando contra una
casa. El perjudicado exige una indemnización elevada por los daños sufridos en
su vivienda y para pagarla la madre obliga al chico a buscar un trabajo.
Se incorpora a una empresa textil en decadencia donde provoca un
tremendo desaguisado:
“Ignatius copió la firma de Levy en la carta, con la pluma del jefe
administrativo, rompió la carta que tenía escrita el señor González para
Abelman, y deslizó la suya en la sección de correspondencia de Salida.
Luego, volvió al departamento de archivos, cogió todo el material
amontonado para archivar y lo tiró a la papelera.”
(pag. 94)
No contento con eso, convoca
una huelga con los trabajadores y manifestación con pancartas dentro de la empresa
por lo que es despedido.
Su madre le azuza para que trabaje de nuevo y encuentra trabajo
vendiendo salchichas con un carrito por la calle. Rechaza venderlas y decide
ser su primer cliente, devorándolas en cualquier descanso de su agitada tarea.
Hay un club de alterne, el Noche de Alegría, con tres personajes:
dueña, negro barredor de basura y artista petarda con loro que resultan verdaderamente
sensacionales, divertidísimos. La dueña mantiene un negocio de venta de fotos
pornográficas que acaba descubriendo el patrullero Mancuso con ayuda del negro
barredor y de Ignatius, en cuyo carrito de salchichas un jovenzuelo golfo
escondía las fotos antes de venderlas.
Estilo
Rápido y chispeante, no deja títere con cabeza.
Su madre se queja de él:
“Me tratas como el cubo de la basura. Y soy buena –gimió la señora
Reilly; luego, se volvió a Marlene-: Gasté todo el dinero del seguro de su
pobre abuelo Reilly para que pudiera estar ocho años en la universidad; y desde
entonces, lo único que ha hecho ha sido dar vueltas por la casa y ver la
televisión.”
(pag. 34)
“Por mi madre recé una oración a Santa Zita de Lucca, que se pasó
la vida trabajando de criada y practicando muchas austeridades, y pedí a la
santa que ayudase a mi madre a combatir el alcoholismo y las juergas
nocturnas.”
De sí mismo dice:
“Cuando Fortuna hace girar su rueda hacia abajo vete al cine y
disfruta de la vida. Ignatius estaba a punto de decirse esto cuando recordó que
iba al cine casi todas las noches, girase como girase la rueda de la Fortuna.”
(pag. 63)
Del uniforme que le obligan a vestir para vender salchichas por la
calle dice:
“El traje, claro está, había sido confeccionado según las medidas
de la constitución tuberculosa y subdesarrollada del antiguo vendedor, y pese a
los muchos tirones, inhalaciones y esfuerzos, fue imposible encerrar en él mi
cuerpo musculoso.”
(pag. 218)
Jones, el negro que limpiaba un local de alterne cuenta:
“Ese gordo chiflao es una bomba nucular garantizá al cien por cien.
Mierda. Se lo echas encima a alguien y resulta que tó el mundo queda cogío en
la lluvia radiactiva, le vuela el culo a tó el mundo. Sí señó. El Noche de
Alegría anoche era un verdadero zoo. Primero el pájaro, luego aquel gordo
desgraciao y luego tres tipas que parecían recién escapás del gimnasio.
Mierda.”
(pag. 326)
De su compañera de universidad habla así:
“He vuelto a ver a esa ramera deliberada algunas veces, pues, de
cuando en cuando, se embarca en una “gira de inspección” por el Sur, parando en
Nueva Orleáns para arengarme e intentar reducirme con sus lúgubres cantos de
cárcel y cadena y de cuadrilla, que rasguea en su guitarra. Myrna es muy
sincera. Por desgracia, también es muy ofensiva.”
(pag. 127)
De los funcionarios:
“A los funcionarios del gobierno siempre se les puede identificar
por el vacío total que ocupa el espacio donde la mayoría de las otras personas
tienen la cara.”
(pag. 199)
De la señora Levy, esposa del dueño de la fábrica de pantalones
opina:
“La señora Levy era una mujer de intereses e ideales elevados. A lo
largo de los años, se había entregado apasionadamente al bridge, a las violetas
africanas, a Susan y Sandra, al golf, a Miami, a Fanny Hurst y a Hemingway, a
los cursos por correspondencia, a las peluqueras, al sol, a las comidas de
gourmet, al baile de salón y, en los últimos años, a la señorita Trixie.”
(pag. 179)
Final
Son escasos los libros de verdadero humor que aparecen en el mercado.
De auténtico humor imperecedero, cruel y siempre vigente. La conjura de los
necios es uno de ellos. Desde su ya lejana aparición en 1980, 33 años ya,
ninguno lo ha superado. Yo lo considero de lectura obligatoria en este mundo
nuestro crispado donde casi nadie se ríe.
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