Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio
Por Eloy Maestre
El autor
Rafael Sánchez Ferlosio (Roma 1927) es uno de los escritores
españoles más relevantes de los años 50 del pasado siglo. Publicó su primera
novela: Industrias y andanzas de Alfanhuí en 1951. Se trata de una novela corta
(162 pag.), de maravillosa ficción, con un niño como protagonista que quiere
ser disecador y de la que vamos a tratar ahora.
La primera edición de Alfanhuí data de 1951. En la que yo poseo de
1982 de la
Biblioteca Básica Salvat aparece como curiosidad en portada y
lomo el nombre del autor confundido: Federico S. Ferlosio, aunque en el interior
se incluye el auténtico: Rafael Sánchez Ferlosio.
Su obra
De obra muy extensa, destaca especialmente en ella su segunda obra
titulada El Jarama, con la que obtuvo numerosos premios literarios y por la que
es conocido su autor. Al contrario de Alfanhuí, esta obra es realista y fue la
preferida de público y crítica.
Alfanhuí es otra cosa, una obra mágica con la única pretensión de
maravillar al lector.
Industrias y andanzas de Alfanhuí
Alfanhuí es el nombre del niño protagonista, otorgado por el
maestro disecador a quien acudió para aprender su arte: “porque tú tienes ojos
amarillos como los alcaravanes (ave zancuda de plumaje pardo rayado de blanco)
y esa es la manera en que se gritan unos a otros”. Desde la primera línea hasta
la última, el autor nos lleva de prodigio en prodigio por los campos de
Castilla y la ciudad de Madrid donde se desenvuelve la obra de la mano del niño.
El estilo
En la novela, Ferlosio define la ficción en dos palabras: Esta
historia castellana y llena de mentiras
verdaderas.
De un mendigo dice: En lugar de pelo, le nacía una espesa nata de
musgo y tenía en la coronilla un nido de alondra con dos pollos. Su madre
revoloteaba en torno de su cabeza. En la cara le nacía barba de hierba diminuta
cuajada de margaritas, pequeñas como cabezas de alfiler. El dorso de sus manos
también estaba florido.” (pag. 33).
¿Acaso puede una sombra ser contradictoria? Es uno de los enigmas
que Ferlosio nos propone y deja sin resolver: “Alfanhuí bajó la vista a la
fachada de enfrente y se topó con una ventana pintada… Esta nunca parecía de
verdad, porque tenía sombras contradictorias.” (pag. 91). E insiste más
adelante: “¡Ah, si aquella ventana hubiera parecido de verdad. Ah si aquella
ventana no hubiera tenido sombras contradictorias!”
El padre de la patrona de la pensión de la pensión de Alfanhuí en
Madrid: “Una tarde se durmió arando con los bueyes. Y como no volvía el arado,
los bueyes siguieron y se salieron del campo. El hombre seguía andando, con sus
manos en la mancera. Iban hacia poniente. Tampoco a la noche se detuvieron.
Pasaron vados y montañas sin que el hombre despertara. Hicieron todo el camino
del Tajo y llegaron a Portugal.” (pag. 99).
Animales sorprendentes: “Doña Tere ponía todas las noches
pescadillas rabiosas. Pero las pescadillas rabiosas eran allí más rabiosas que
en ninguna otra parte.” (pag. 100). Imagino que eran rabiosas porque se mordían
su propia cola.
De los bomberos de Madrid: “Nunca sacaban a nadie por la puerta,
aunque pudieran, siempre lo hacían por las ventanas y por los balcones, porque
lo importante para vencer era la espectacularidad. Bombero hubo, que, en su
celo, subía a la joven del primer piso, hasta el quinto, para salvarla desde
allí.
En cada piso había siempre una joven. Todos los demás vecinos
salían de la casa antes de llegar los bomberos. Pero las jóvenes tenían que
quedarse para ser salvadas. Era la ofrenda sagrada que hacía el pueblo a sus
héroes, porque no hay héroe sin dama”. (pag. 109).
La trashumancia en una sola frase: “Detrás de las ovejas venían los
hombres a caballo y las mujeres en los machos y los calderos de cobre y los
rediles y las alcuzas de asta y las alforjas y las mantas y las trébedes y las
sartenes.” (pag. 121).
De un olmo prodigioso dice: “Delante de las termas había un parque
con un olmo inmenso y redondo. Le contaron que aquel olmo retenía los vientos
en su copa y los aprisionaba durante siete días y siete noches. Cuando pasaba,
en el verano, algún viento fresco, el olmo lo capturaba y lo tenía una semana
dando vueltas y vueltas en su copa sin que encontrase salida. Y las gentes del
pueblo se sentaban debajo del olmo y estaban al alivio del fresco de aquel
viento que murmuraba continuamente y mecía las hojas, como si fuese primavera.”
(pag. 125).
La abuela de Alfanhuí incubaba pollos en su regazo: “Le solía venir
una fiebre que duraba veintiún días. Se sentaba en la mecedora y cubría los
huevos con sus manos. De vez en cuando les daba la vuelta y no se movía de la
mecedora, ni el día ni la noche, hasta que los empollaba y salían.” (pag. 130).
Mi impresión
La obra mantiene un estilo de frase muy corta, al modo de Azorín, y
reivindica los términos castellanos en desuso, como hiciera con abundancia y
magistralmente el gran Delibes.
Un autor no precisa más que una obra sublime para pasar a la
historia de la literatura. Ferlosio lo ha conseguido con dos novelas: una
realista y otra de rabiosa ficción.
Como él lo hicieron antes con sólo dos obras el mexicano Juan
Rulfo: su novela Pedro Páramo y el libro de cuentos El llano en llamas, ya
reseñado por mí, y el estadounidense J.D. Salinger, autor de la novela El
guardián en el centeno y del libro de cuentos Nueve historias.
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