Por Eloy Maestre
JOSEP
PLA: RETRATISTA GENIAL
PRESENTACIÓN
Buenas tardes a todos, compañeros y amigos del Ramiro, y
un saludo especial para mi buen amigo Moncho Alba que atendiendo mi llamada no
ha dudado en desplazarse desde Enguera para escuchar esta charla.
Gracias especiales para los principales creadores y
sostenedores de Aula 64, Nicolás y Vicente, una iniciativa estupenda, exitosa
ya por dos años, que ha impulsado a reunirnos una vez al mes a los antiguos
compañeros ramirenses y a mantener nuestros lazos de amistad.
Algunos más ilustres que yo han pasado ya por esta
tribuna y nos han contado su trayectoria vital y profesional, Alfonso nos ha
relatado la creación de una de sus novelas históricas, y otros como Juan Rosas
y Miguel Ángel Cabanellas nos alegraron la vida en una divertida sesión
cantando acompañándose con sus guitarras canciones conocidas por todos, y la
suerte es que creo van a repetir en este año 2019 su primera actuación musical.
Gracias de nuevo por permitir a este periodista que os
hable sobre un escritor y periodista catalán llamado Josep Pla (1897 – 1981) y
sobre su obra capital El cuaderno gris.
Por cierto, ¿podríais decirme cuántos de los presentes
han leído esta obra o cualquier otra de Pla?
Gracias, con esta charla espero convenceros para que su
número aumente.
La charla tendrá como soporte básico esta obra y un
librito que sobre ella estoy escribiendo titulado provisionalmente: Josep Pla,
retratista genial, que espero algún día vea la luz y se imprima.
A mi lado se sienta Pilar, mi mujer y compañera de mi
vida ya por más de 44 años. Pilar resultó una excelente auxiliar leyendo
párrafos del libro de memorias que ya conocéis, titulado Madrileños en Ricote,
presentado por ambos en el Salón de Actos del Ayuntamiento de Ricote, el
pequeño pueblo murciano del que procede mi familia. En aquella ocasión leyó muy
bien, tranquila y sin atropellarse e incluso se atrevió a entonar una
cancioncilla que fue del gusto de toda la concurrencia. Ahora, volverá a
hacerlo con los textos de Pla.
El plan consiste en presentar mi librito, que es una
antología de citas, en una serie de bloques y al final de cada bloque Pilar
leerá fragmentos del libro. (los fragmentos leídos están en ITÁLICA)
Bueno, pasemos ya al Cuaderno gris de Josep Pla y a mi
encuentro dichoso con él, absolutamente fortuito como ocurre tantas veces con
los tesoros, porque para mí ha sido un tesoro en forma de libro.
En un pueblo de la costa levantina llamado La Mata o
Torrelamata, una pedanía de Torrevieja ubicada en el extremo sur de la costa de
Alicante, casi lindando con la costa murciana, poseemos Pilar y yo un
apartamento al que acudimos desde hace más de veinte años para orearnos y
asolearnos, antes con nuestros dos hijos y ahora con ellos y con los nietos.
Allí hay una librería de segunda mano y muchas veces nos acercamos Pilar y yo
para curiosear y llevarnos algún libro. En ella encontré este libro que me
costó cinco euros, en tapa dura, parte de una colección que el diario El Mundo
vendió en 1999 con un ejemplar del periódico.
Yo lo compré en el verano de 2017 sin saber nada del
libro, sólo porque me resultó chocante el título. De Josep Pla sólo había leído
dos relatos cortos titulados Un viaje frustrado y Contrabando, contenidos en un
solo volumen. Trataban ambos de los viajes realizados en un pequeño barco de
vela por Pla y un amigo pescador llamado Hermós costeando por la Costa Brava,
llegando en uno de los casos hasta Francia. Aquellos eran relatos muy hermosos,
pero nada comparable con el Cuaderno gris que me resultó absolutamente
deslumbrante. En unas pocas sesiones leí el libro y al terminarlo comencé de
nuevo desde el principio, lo que es muestra de entusiasmo por una lectura y que
tal vez a vosotros os haya sucedido alguna vez.
Me considero un lector voraz de toda la vida. Poseo
carnés de las Bibliotecas municipales de mi barrio de Madrid, de La Mata y de
Ricote, y de la Biblioteca Nacional.
¿Cuál fue mi primer juicio sobre el Cuaderno gris? De
principio pensé que había demasiadas cosas: juicios, retratos, libros,
vivencias, para dos cortos años de vida. Porque, aparentemente, el libro es un
dietario que abarca sólo dos años: 1918 y 1919.
En realidad, como entendí con el tiempo, no se trata de
una obra de juventud ni fue enteramente escrita en ese tiempo. Es una obra de
madurez que reescribió constantemente a lo largo de su vida y fue publicada en
catalán por primera vez en 1966, cuando Pla contaba ya 69 años.
Tras paladearlo por segunda vez me entraron ganas de
continuar leyendo libros de Pla. Acudí en primer lugar a la Biblioteca
municipal de mi barrio y leí rápidamente los dos o tres libros que contenían
sus archivos. Pero aquello me supo a poco y me acerqué a la Biblioteca Nacional
para solicitar un carné de lector y acceder así a sus inmensos fondos. Mi
suerte es que al haber publicado ya algunos libros conseguí el carné de
investigador que me da acceso a todo su archivo. El carné de lector, que se
concede a todo el que lo solicite, permite leer sólo los libros publicados
desde 1950 hasta la fecha actual creo recordar, pero no a la totalidad de sus
fondos.
Armado de mi flamante carné de investigador me dispuse a
bucear en los fondos editoriales de la Nacional y anduve unos meses leyendo
libros de Pla o sobre su obra.
Sin un plan concreto, yo iba anotando cuanto me gustaba
de sus obras. Desde el principio me resultó llamativa su maestría describiendo
paisajes, ya palpable en el Cuaderno gris y su manera fantástica de retratar a
las personas, y en el aspecto formal destacaba su maravillosa adjetivación.
Leídos los primeros ocho o diez libros de Pla pude
comprobar que mis primeras impresiones no iban nada desencaminadas, porque los
críticos de Pla incidían especialmente en estos aspectos de sus obras. Al final
me decidí por escribir de los retratos que Pla trazaba de la familia, de los
amigos y de sí mismo, como han hecho tantas veces los pintores con sus
autorretratos numerosos: Rembrandt, Picasso, Van Gogh y muchos más. De ahí
surgió este librito que ahora me ocupa y en definitiva esta charla que ahora os
voy a dar sobre Pla y su obra, en especial sobre el Cuaderno Gris.
TRADUCTORES
Y EDICIONES
Hasta la fecha, el Quadern gris se ha traducido al
español, portugués, alemán, francés, holandés, serbio e inglés.
La primera traducción del catalán al español, una
traducción magnífica que se editó en 1975, se la debemos a Dionisio Ridruejo y
su mujer Gloria de Ros, y es esta que yo poseo. Antes de pasar a la traducción
que nos ocupa creo que debemos hablar un poco de los traductores.
La figura sobresaliente de Dionisio Ridruejo creo que es
conocida de todos: abogado, periodista, poeta, falangista de primera hora,
autor de dos versos del Cara al Sol, el himno de Falange, se unió desde sus
inicios a la sublevación de Franco contra la República que ellos llamaron
Alzamiento Nacional. Fue Director General de Propaganda desde 1938 a 1941,
dando discursos abundantes porque era un gran orador. Se incorporó a la
División Azul de 1941 a 1942. A su regreso a España evolucionó políticamente
dejando la Falange y todos sus cargos, se mostró crítico con el Régimen de
Franco y fue represaliado por ello y desterrado a varios lugares de España
entre los años 1943 y 1948. Participó en el llamado Contubernio de Munich de
1962, un manifiesto para implantar los partidos políticos y la democracia en
nuestro país. Regresó a España definitivamente en 1966.
Gloria de Ros era catalana y casó con Ridruejo en 1944,
acompañándole en sus destierros y exilios. Entusiasta de la obra de Josep Pla,
su conocimiento de la lengua catalana resultó decisivo para llevar a cabo la
traducción del Quadern gris.
Otro personaje trascendental en la vida de Josep Pla fue
Josep Vergés (1910 – 2001). Nacido en Palafrugell como Pla, y ya sabemos la
importancia del lugar de nacimiento en la vida de las personas, fue el
principal editor de la industria catalana durante el franquismo. Fundó la
revista Destino y la editorial del mismo nombre en 1942, dirigiéndola hasta
1989, en la que publicó la obra completa de Pla. Promovió los premios literarios
Nadal y Josep Pla. El prestigioso premio Nadal vio su primera edición en 1944 y
se ha fallado recientemente su edición número 75, siendo el decano de los
premios literarios españoles. El premio Josep Pla, para literatura en catalán,
presentó su primera edición en 1968, y ha cumplido también hace poco su edición
número 51.
Vergés publicó las obras completas de Pla, que comenzaron
en 1966 con la edición del Quadern gris en catalán, y continuó con el resto de
su obra, 46 publicaciones tanto en catalán como en español. La traducción que
nos ocupa apareció en 1975, poco después del fallecimiento de Ridruejo que no
pudo verla publicada.
Pero volvamos a la traducción de Ridruejo y Ros, en la
que no se cumple la vieja máxima italiana: traduttore, traditore (traductor,
traidor). Los traductores que cumplen su trabajo de manera minuciosa y con
resultados excelentes como en este caso son recreadores de una obra en otra
lengua diferente. Los expertos y críticos han coincidido en que la traducción
es magnífica.
De esta traducción me chirría un poco en los oídos el uso
excesivo de los verbos hacer y tener que los traductores han respetado porque
tal vez en catalán suenen bien y se acepte su uso frecuente:
Dentro de esta estación que el acortamiento de los días
parece hacer más larga, puede hacer un ramalazo de frío por Todos
los Santos. Si lo hace… si no lo hace…
Las personas dedicadas a elaborar teorías que tienen
la suerte de tener un nombre así, tienen la inmortalidad
universitaria asegurada.
El propio Pla reconoce la dificultad del catalán varias
veces en su obra:
La lengua (catalana) es tan difícil, tan dura, tan tiesa,
de un manejo tan rígido, tan llena de dificultades, que todo el mundo escribe
como puede ¡y gracias!
El catalán es, además, dificilísimo. Es una tierra
virgen, un campo arado superficialmente. Las frases hechas – que son parte
principalísima para el que escribe en las grandes lenguas – no pueden
utilizarse en catalán por ser rurales y vulgarísimas. Llegar a una cierta
fluidez es endemoniadamente difícil.
Valentí Puig, gran conocedor de la obra planiana dice de
ella:
Ridruejo y Pla, tan diferentes en formación y biografía,
hablaron mucho sobre el futuro de España y la significación de Cataluña. Y fue
la esposa de Ridruejo quien llevó el peso de la traducción, muy valiosa. Hace
de esto varias décadas y Pla sigue teniendo lectores en toda España, en buena
parte gracias a Ridruejo y Gloria Ros, y gracias a la revista Destino de
Vergés.
Finalmente, Ridruejo dice de la obra:
Pero lo que más abunda y rebrilla son sus paisajes, sus
retratos y sus instantáneas en que el instante queda detenido y aprisionado en
la misma condición de su fugacidad.
El Cuaderno gris me parece el libro más intenso de la
literatura catalana del siglo XX y uno de los grandes de todas las literaturas
peninsulares. Es un libro inaudito, vivido, pensado, redactado en boceto en la
época de mayor receptividad – en la juventud – y cribado, enriquecido,
reescrito en la época de mayor dominio: en el arranque de la senectud.
El Grupo Editorial Planeta, que absorbió la editorial
Destino, confió la revisión de las ediciones en catalán y español del Cuaderno
gris a Narcís Garolera, Catedrático de Filología catalana en la Universidad
Pompeu Fabra.
La edición revisada en español fue publicada por primera
vez en la editorial Austral, otro sello de Planeta, en 2013, yo adquirí esta
tercera reimpresión de 2016
La edición revisada en catalán, que hace la número tres
del libro, la publicó Destino en 2016, al cumplirse los 50 años justos de la
primera edición de 1966.
Haciendo un pequeño inciso, diré que gracias a este libro
estoy dispuesto a aprender catalán en la intimidad, su práctica hablada la dejo
para el señor Aznar.
Garolera dice:
Ridruejo vertió magistralmente al castellano la obra de
Pla valiéndose de la primitiva edición catalana publicada en 1966, que contenía
muchas erratas (subsanadas en su mayor parte por el traductor) malas lecturas
del manuscrito, saltos de línea y supresión de blancas, cambios del editor y
muchas arbitrariedades lingüísticas introducidas – con la mejor voluntad – por
los correctores del original catalán.
En resumen, la revisión a que ha sido sometida la
traducción castellana de El quadern gris arroja un balance nada desdeñable: se
han realizado más de tres mil correcciones, que acercan al lector el texto
original de la obra maestra de Pla. Creo que el esfuerzo ha valido la pena.
ADJETIVOS
Dada la belleza, abundancia, exactitud, pertinencia y
búsqueda incesante del adjetivo más adecuado y hermoso, incluso raro o
humorístico en la obra de Josep Pla, parece necesario realizar una aproximación
al mismo en el Cuaderno gris.
Como sabéis, los adjetivos sirven para delimitar con
absoluta claridad el buen del mal escritor. Si estos son vulgares, repetidos,
torpes, inadecuados, tenemos un mal escritor y si son todo lo contrario como en
el caso de Pla, tenemos un genio de la escritura.
Según mi modesta opinión, nadie ha adjetivado tan maravillosamente
desde Valle-Inclán hasta la fecha como Josep Pla.
Adjetivar las cosas es el gran problema de la literatura
según Pla. La crítica ha hecho del adjetivo el punto más estudiado de su
narrativa.
En el libro La narrativa de Josep Pla. Estudio lexicológico,
el profesor Juan Antonio Martínez Comeche cuantifica en 9.744 las apariciones
del adjetivo, que representa el 18,10 por 100 del total del léxico planiano.
- Los adjetivos genéricos no me gustan nada
- No se puede añadir un adjetivo a un sustantivo a tontas
y a locas, frívolamente.
- Pla aconsejaba que el adjetivo no fuese excesivamente
vulgar ni excesivamente erudito y difícil de comprender. Tiene que ser preciso,
decía, inteligible y claro y, a ser posible, gracioso.
- Con frecuencia reflexiono un cuarto de hora para
colocar un adjetivo antes o después de un sustantivo.
- Buscar el adjetivo exacto y, si lo encuentro, lo pongo.
- Raras veces se encuentra el adjetivo. Pero si se
encuentra el adjetivo, uno se puede ir a comer a casa, y comer una sopa, una
tortilla… y no envidiar nunca nada a nadie.
Algunos ejemplos de la adjetivación de Pla :
- Una señora vestida literalmente de cacatúa.
- Señoras que hablan poniendo la boca en forma de culo de
gallina.
- Joan B. Coromina, pequeño, ojo de perdiz – si envejece
este ojo se le convertirá en un ojo de cacatúa – agitado, parece el bastardo de
un César romano. Visto en conjunto parece un calabacín con piernas y, como
camina un poco estirado como todos los miopes, hace el efecto de un rábano.
- Hermós tiene los ojos un poco rojos. Parece un gorila
sonriente.
- El panorama es absolutamente perfecto – a pesar de la
impertinencia de aplicar a un panorama el adjetivo perfecto.
- El mar es impintable, indescriptible, inaferrable,
incomprensible y de una indiferencia total.
- El capitalismo es irracional, caótico, incomprensible,
desordenado, caprichoso, injusto, doloroso, triste, absurdo… exactamente como
la naturaleza y la vida.
- Baroja es subversivo, amargo, fulminante como un
garrotazo, estridente, improvisado, cínico, irrespetuoso, sentimental, confuso,
bilioso, caótico, sordamente irónico, catastrófico.
- Ridruejo opina de los adjetivos:
- Es una delicia – y un auténtico aprendizaje –
encontrarse con la adjetivación de Pla, muchas veces seriada y generalmente
acumulativa para perseguir el matiz, y con bastante frecuencia insólita,
renovadora, tácitamente matafórica, que aplica a unos adjetivos que
corresponden a otra, jugando también a barajar las notas de los sentidos y las
notas de la valoración moral o estética.
RETRATOS
Yo trato de mostrar a Pla como retratista genial, de ahí
el título de mi librito.
Su complacencia por trazar retratos de personas en breves
pinceladas o con trazo grueso, es tal que pueden cifrarse en cientos a lo largo
del Cuaderno gris. Que esos retratos fuesen totalmente reales o con fragmentos
inventados, entrevistos, escuchados o soñados por el autor no es competencia
nuestra. Él los dejó así y nosotros los contemplamos y admiramos. Como
escritor, Pla se arroga el derecho a inventar, a distorsionar la realidad
cuanto quiere para lograr la belleza del conjunto.
Comenzaremos esta selección de retratos con el
Autorretrato que Pla traza de sí mismo, y seguiremos por su familia, con su
padre y su madre a la cabeza; después vendrán los amigos y conocidos que tanta
importancia tuvieron en su vida; luego las mujeres: viejas y jóvenes, y también
las putas; para terminar con los profesores y compañeros de Universidad.
Como corresponde a un dietario, Pla habla abundantemente
de sí mismo, a veces de modo contradictorio como cuando afirma que tiene una
dentadura excelente y en otro momento de su vida se queja de sus dolores de
muelas y de que nunca acude al dentista salvo para extracciones por miedo al
dolor que le causa.
El autor traza un autorretrato verídico en apenas ocho
páginas que prefiero destacar por la unidad de acción que representa. Este
autorretrato prometido a una anónima señora Lola S. que nunca envió por exceso
del sentido del ridículo le define en físico y carácter.
En el autorretrato dice lo siguiente:
Escribo desde niño, pero escribir en mí es una actividad
artificiosa y sobrepuesta. No tengo ni una idea clara – y esto parece que le
pasa a mucha gente – de lo que tendría que hacer en la vida y, sobre todo, de
lo que me convendría. A pesar de ello, esta afición que me deforma ha creado
dentro de mí un yo íntimo y espontáneo, una persona extraña, que muchas veces
ni yo mismo comprendo lo que tiene que ver
conmigo, tantas diferencias constato. En virtud de este desdoblamiento,
resulta que si yo, por naturaleza, soy un ser débil y mísero, cuando tengo una
pluma en la mano me vuelvo dionisíaco y ofensivo, entro en un estado de
exaltación silenciosa y soy capaz de mantener una posición hasta las últimas
consecuencias.
Vale más tratar de pasar desapercibido o, si se quiere,
señora, de pasar de refilón. En un momento determinado, me parece que la mejor
forma de pasar desapercibido sería estar gordo, porque estar gordo imprime
carácter y da un talante determinado. Los hombres flacos, corrientemente,
suelen ser precisos, infatigables e incómodos; los hombres gordos, por el
contrario, vagarosos, inciertos y divertidos. Los primeros suelen actuar
furiosamente con el compás y la regla; los segundos operan a ojo, con una
gesticulación graciosa e imprecisa.
Examinando mi genealogía, los futuros historiadores
dirán, quizá, que he tenido poca suerte con mis antepasados. Los hombres juzgan
las cosas por la brillantez y, aunque esta tendencia vaya un poco de baja, no
se puede negar que son animales inclinados a deslumbrarse. La oscuridad de mis
antepasados es segura, pero es un hecho que he heredado de ellos una tradición
de hospitalidad y de sociabilidad.
Mis facciones conspiran en todo momento contra la
estabilidad de mis sentimientos, hacen suponer a la gente que me trata que mi
sistema de afecciones y tendencias no tiene seguridad ni una base fija. En fin,
me consideran un hombre volandero y huidizo, superficial, enigmático, inseguro
y errático.
En definitiva, soy un hombre de este país, del matiz
marítimo de esta comarca europea, amigo de las medias tintas, de la lluvia y de
la neblina, más irónico que dialéctico, más contemplativo que obstinado.
Así, querría ser gordo y estoy delgado; querría saber
cosas y no encuentro compañeros; querría discutir y todo está cerrado. La
situación es cómica y desgraciada. De esta lamentable situación me viene el
aire que tengo de hombre ocioso que busca trabajo y no lo encuentra. Por esto,
señora, no estoy bien en ninguna parte y voy por el mundo como una sombra
errante.
RETRATOS
DE PADRES Y FAMILIA
Josep Pla presume de su ascendencia payesa que se remonta
a varios siglos atrás, pero ni él ni su padre lo fueron en el sentido de
cultivar la tierra. Su padre, Antoni Pla y Vilar, fue un pequeño propietario
rural que vivió de las rentas del mas Pla, que es como llaman en Cataluña a una
finca solariega con su vivienda llamada masía. El mas Pla está ubicado en
Llofriu, un lugarejo con parroquia propia, que se transmitió de generación en
generación en la familia.
Su madre, María Casadevall i Llac, heredó el mas Can Calç
de Saint Climent, con cien besanas de alcornoques, un huerto sombrío, poca y
delgada tierra de pan y un caserón sobre la loma. Todo en el término de la
parroquia de Fitor.
Además de la casa en Palafrugell, su pueblo natal, que
mandaron edificar los padres, la familia contaba con una casita de vacaciones,
heredada por la madre y situada en Calella, en el centro de la playa del
Canadell, donde veraneaban, a tres kilómetros y medio de Palagrugell.
Los hermanos Pla, Pere y Josep, poseían un bote llamado
Nuestra Señora del Carmen, pequeño, de diecinueve palmos, con el que se
divertían costeando a remo y a vela.
El retrato de su padre es poco complaciente y a veces
resulta muy duro. Más amoroso resulta el de su madre, aunque tampoco se libre
de las pullas y las ironías a su costa, manteniendo permanentemente el joven
Josep el aire socarrón que le ha hecho famoso.
Se vuelve más descriptivo, más periodista desapasionado y
certero cuando habla del resto de la familia: tíos, abuelos y demás.
De su padre dice:
Mi padre es hombre de un carácter más bien testarudo y
desdibujado, dubitativo, fácil de pasar de la manía a la depresión. Tonet es el
nombre que han dado siempre a mi padre sus amigos íntimos. Los que le tienen
menos confianza le llaman señor Tonet.
En virtud del curioso principio, tan corriente en el
país, que nos lleva a creernos diferentes de lo que somos en realidad, mi padre
se tuvo siempre por un hombre práctico, por un hombre de acción. Eso le llevó a
una serie de aventuras de las cuales salió, generalmente, apaleado y, al cabo,
arruinado. Por esto, muchos de sus amigos dicen que, si se hubiera limitado a
ir al café a leer el periódico, habría doblado la fortuna y conseguido una vida
regalada.
Mi padre no está bien de salud. Cuando habla con
contrariedad o indignación, la voz se le oscurece y se le pone ronquera de garganta.
Si va al café y hay demasiado humo, tiene una sensación de mareo y tiene que
salirse. Los médicos dicen que tiene artritismo y una tensión muy alta. Pienso
que tengo el camino trillado y que ése será el mío ineluctablemente.
De su madre dice:
Mi madre está suscrita a El Pan de los Pobres, una
revista quincenal y piadosa de Bilbao que solicita caridad a través de todas
las formas imaginables, sin olvidar la promesa del milagro casero, fácil, sin
aspavientos, discreto. Uno de los milagros de la revista es hacer aprobar las
asignaturas del bachillerato a los retrasados.
Mi madre – dicho sea con perdón – es de una pulcritud
infatigable, constante, no para un momento. No hay nada que le guste más a mi
madre que hacer una limpieza general, un baldeo dilatado y profundo, dirigir
una enjalbegadura con albañiles y peones auténticos.
Tuvo que confesar varias veces – pues sus instintos de
limpieza no le enturbiaban la tendencia a la objetividad – que vivir en aquella
casa era como ir desnudo todo el invierno. Continuaba en su frenesí de abrir
ventanas y puertas, aunque helase. Al cabo de medio minuto de haber saltado de
la cama, ya todos los balcones estaban abiertos de par en par. Se pasaba la
bayeta sobre los mosaicos cada dos días. Los baldeos semanales eran
indefectibles.
De los abuelos sólo he conocido a Marieta. El
abuelo Josep Pla murió joven, herido por un rayo, mientras contemplaba,
desde una ventana del mas, una tempestad. El abuelo Pere Casadevall ya
estaba muerto cuando yo vine al mundo. La abuela materna, Gràcia Llac y
Serra, según un daguerrotipo que se conserva en casa, fue una persona de
mucha suavidad, con una raya perfecta sobre la frente y un punto de dulzura en
las facciones francas y bien dibujadas.
Sospecho que la abuela Marieta tiene convicciones
sólidas y firmes. Una de sus convicciones más arraigadas y permanentes es que
no se debe estar nunca parado, que hay que hacer una cosa u otra en todo
momento. Cada tarde va al mas, a pie – siempre vestida de negro, con el pañuelo
a la cabeza y el cesto – . Es una viejecilla pequeña, con los ojos azules y
mejillas color de rosa. En el mas trabaja dos o tres horas sin parar, entra y
sale del huerto, sube arriba y baja, cose una saca, arranca una hierba, barre
un rato, come una nuez o una almendra – parece una hormiga – . Habla de una
manera pausada y monótona, con calma, sin gritar nunca, prestando interés a
todo lo que se dice pero sin dar la impresión de que le afecte nada.
RETRATOS
DE AMIGOS Y CONOCIDOS
Pla cultivó la amistad de numerosas personas,
generalmente hombres porque en su tiempo apenas se daba la amistad entre
hombres y mujeres por convencionalismos sociales. Curiosamente, escogió sus
amigos entre personas mayores que él, al menos de quince años como precisa él
mismo, y tanto en Palafrugell como en Barcelona. Frecuentaba sus amigos en
tertulias de cafés, ateneos, bibliotecas y paseando como buen peripatético.
Los retratos más incisivos, mordaces y divertidos que
ofrece Pla son de amigos y conocidos, que constituyeron uno de los capítulos
más importantes en su vida. Ellos le orientaron en sus primeros pinitos de
escritor, le facilitaron lecturas, ayudaron a su formación, le presentaron en
las tertulias a que fue adicto siempre, y le proporcionaron trabajo, en primer
lugar como secretario de una asociación llamada Sociedad Deportiva Pompeya, y
luego como periodista, y cuando le despidieron de un periódico le buscaron
otro. Entre sus amigos y su esfuerzo lograron el puesto de corresponsal en
París del diario La Publicidad que marcó su vida y puso punto final al Cuaderno
gris el 15 de noviembre de 1919.
Amigos y conocidos ocupan cientos de páginas en su libro.
A mí me sorprende que, a un hombre tan alto y gordo – Gori
es un hombre muy alto y gordo – , que
bebe, en cada comida, un litro de vinazo de diecisiete grados, tan saturado de
buenos pescados, de liebres, de conejos y de perdices, le gusten las estampitas
vaporosas y evanescentes.
En el trato con los amigos Almeida resulta un
cínico glacial y, como es gerundense – un gerundense rancio – aún resulta más
frío. Es un gran cultivador, lúcido y sistemático, del adulterio por amor,
porque su idea fundamental es que aplicar cualquier forma de contabilidad a los
sentimientos es una falta de delicadeza. Un sentimiento pagado – dice – ,
aunque nada más sea con chuletas a la brasa, ya no es un sentimiento. Así, su
estado natural es vivir en medio de combinaciones adúlteras, siempre gratuitas
y, a veces, pesadas y complicadísimas y, a veces, desagradables, porque ha recibido
más de un seco bastonazo – golpes que no han trascendido porque tiene comprada
la discreción de vigilantes y serenos – . En fin: un puro idealista. Es casi
seguro que, más que poseer a las mujeres, le interesa infligir una molestia a
los maridos.
Puig Grasetes de joven fue
periodista en Palafrugell y ahora reside en Sevilla. Es el de siempre:
nervioso, más nervioso que nunca, atolondrado, desbordado de trabajo,
desordenado, inquieto. Va vestido de negro, como es tan flaco y amarillo (se
diría que lo han sulfatado) parece un magistrado de audiencia. Celebramos su
llegada con copiosas libaciones y, en su honor, se arma un bacarrá que hace
temblar las esferas.
Hermós lleva una gorra de patrón de pesca, negra, de seda, un
poco de lado sobre la oreja. Bajo la gorra, ahora que hace tres días que no se
ha afeitado y el pelo blanco, como un cepillo, pincha sobre la piel negra,
presenta un aspecto de gorila impresionante. Sobre la linfa amarilla de los
ojos le flotan unos filamentos sanguíneos. Cogió las fiebres en Argel y toma
quinina. Tiene un aspecto algo marchito.
Físicamente, la nariz de Pere Poch no le acompaña
mucho. La tiene aplastada de un lado y muy saliente del otro – como el tapón
mal metido en el cuello de una botella – . Pero esta nariz notoriamente
improvisada y fracasada contribuye a que todo el mundo lo encuentre muy
simpático. En general, los hombres considerados feos son los que parecen más
simpáticos. Así se queda mejor. La lástima, solamente, es la tendencia que
tiene los domingos a ponerse un sombrero verde, un ala baja y la otra
levantada, y unos zapatos de color casi rojo. Sobre el color terroso,
gris-gorrión, modesto por no decir mediocre, de su piel, estas petulancias
detonan un poco. Así, este hombre, que convive, desde hace tantos años, en
centros doctísimos, parece, los días de fiesta, un recalcitrante fandanguero.
Los domingos, pierde. Es un hombre de diario – por decirlo rápidamente.
Albinyana es uno de los hombres más flacos de la peña, más
pálidos, más huesudos, de un aspecto más desesperado y ascético. Si el vientre
de las personas tiende, generalmente, a manifestarse hacia fuera, a través de
una curva más o menos pronunciada, el de Albinyana se curva hacia dentro y esto
da a su cuerpo un aire encorvado, como si tendiese a doblarse sobre sí mismo.
Tiene una nariz considerable, unos brazos y unas manos larguísimos, un pámpano
de oreja de mucha extensión. Es un chico muy rico y muy cultivado.
El señor Guardiola es secretario titular. ¡Es un
hombre extraño! Debe de tener unos cincuenta años, es alto, entrado en carnes,
macilento, rosado de cara, de ojos azulados. Escaso de pelo, lleva, en la
cabeza, un plafón de cabellos engomados, como una peluca tenue. Todo su cuerpo
irradia una impresión de cosa blanda, desprovista de consistencia. Soltero
recalcitrante, vive con una hermana – una señorita beata y ceremoniosa – .
Acompañado siempre por ella, su carrera ha consistido en una larga
peregrinación a través de oficinas judiciales mezquinas. Su presentación, su
manera de caminar, de hablar, de vestir, de gesticular, ha creado, entre la
gente, la hipótesis de la vaguedad de su sexo. En este sentido su vida debe
haber sido muy dura, porque ha sido el hazmerreír de mucha gente. En su
indumentaria hay tres elementos inconfundibles: el sombrero duro tornasolado
por el exceso de aprovechamiento; el chaleco blanco con botones de nácar de una
coloración rosada; una capa de esclavina con vueltas de terciopelo rojo.
Caminando, tiene una manera de jugar con esas vueltas, tan femenina, retozona y
llena de coquetería, que a veces hace pensar en alguna vieja cupletista,
irrisoria y desbarajustada.
El señor Pelegrí Casades i Gramatxes es terrible y
menudo, gruñón, bilioso, malcarado, sátrapa y lengua viperina desenfrenada. Don
Pelegrí es un hombre de una altura tan minúscula que para poder realizar sus
trabajos de erudición y llegar a la mesa se hace poner sobre la silla un montón
de libros voluminosos. Estos libros contienen las obras más considerables que
ha producido el espíritu humano: la Sagrada Biblia, la Patrología de los Santos
Padres, las Decretales. Es muy posible que hayan pasado por su culo libros
mucho más importantes que por sus manos.
RETRATOS
DE SEÑORAS, SEÑORITAS Y PUTAS
La educación sentimental de Josep Pla comienza con las
señoras, sigue con las señoritas y acaba con las putas sin más, que frecuenta
desde su juventud.
De las señoras, especialmente las de mayor edad, habla
generalmente bien, liberado de tensiones emocionales. De las señoritas, con
admiración, distanciamiento y en ocasiones clara repulsión, como solterón
impenitente que fue toda su vida pese a convivir al menos con dos mujeres
diferentes durante algunos años.
De su trato con putas ofrece algunos detalles, primero en
Palafrugell donde las visitaba a veces con su dinero y otras invitado por sus
amigos, y después en Barcelona, siempre estudiante sin un céntimo, donde las
añora vivamente y nos da cuenta de ello por sus frecuentes paseos por las
Ramblas. Tal vez las frecuentó toda su vida.
Las señoras:
La señora Carolina es sorda como una tapia pero su
incomunicación le ha llevado a practicar el arte de saber noticias. La señora
Carolina es una de las personas más chismosas de la población. Lo sabe todo. No
se le escapa nada. Es una esponja que absorbe todo lo que se produce a su
alrededor. Es una chismosa de tipo provocativo; su comunicación normal con la
gente se produce de esta manera: ella tiene siempre a mano un recorte de
periódico. Al encontrarse delante de alguien hace con el diario de que dispone
un cucurucho, se lo aplica a la oreja, acerca la boca del embudo de papel a la
boca de la gente y dice, con su cara llena de curiosidad:
- Diga, diga…
He encontrado a la señora Rosita. Venía de misa,
caminando derecha y pausada, con la mantilla, los rosarios y, con su cubierta
de nácar, el libro. Me ha alegrado verla. Hace un esfuerzo para alegrarse
moderadamente – un poco fallido – . Me
quiere dar a entender – como hacía años atrás y como siempre, quizá, ha hecho,
que tiene una preocupación permanente, algo que la consume siempre. Sus caídas
de ojos son una maravilla de pudor, de lentitud, de tristeza – una cosa
perfecta. El barroco cultivó este tema con gran eficacia y ella lo imita.
Por la mañana, las señoritas van al pinar del señor
Ferriol a hacer punto de cruz o crochet. A las doce, las personas serias toman
un baño de entrar y salir. El contacto del agua de mar en los muslos del sexo
femenino hace exhalar a estas personas unos chillidos como los de la
degollación de los Santos Inocentes.
Montserrat es una de las chicas más bonitas y esbeltas que se pueden
ver en este momento. ¡Qué maravilla, qué impresionante belleza es esta chica!
Es agradable transportar, aunque sea en una embarcación tan pequeña, una diosa
joven, rubia y fresca.
Recuerdo a la señorita Ponjoan, que conocí en una
fiesta mayor de Calonge en mi adolescencia: un sueño de carne joven, tirante,
esbelta, rubia.
A primera hora de la noche encontramos un grupo de chicas
espléndidas – la señorita Ponjoan especialmente. ¡Maravillosa criatura, con un
reflejo de carmín de concha sobre la pulpa de la carne tensa – ! Me entró una
especie de frenesí.
Lola Fargas pasa por la plaza, vestida de invierno. Me parece una
pura maravilla. Parece imposible que las mujeres, generalmente deformes y
horribles, puedan ofrecer creaciones como ésta, concretas y precisas. ¡Qué
hermoso sueño!
La señorita V., a pesar de ser tan morena, es muy
romántica. Ante las personas románticas no sé nunca qué hacer: no sé si ponerme
a reír o ponerme a llorar. Pero la dificultad siempre es la misma: no hay forma
de rematar. Son impenetrables, inasequibles, imposibles, inaferrables,
inabordables, intocables, impalpables, irreductibles. La fatiga hace decaer el
encanto y llega un momento en que se duda si tienen una existencia real.
Y las putas:
Como la casa estaba vacía de clientes, hemos pasado al
salón. Las chicas se apiñaban alrededor del brasero prácticamente extinguido.
Una tosía, la otra estaba afónica, la tercera tenía una ronquera de matiz
alcohólico siniestro. No sé si puede imaginarse una cosa más triste, pobre,
fría, desgarrada, macilenta, exangüe, tronada, cruda, cruel, inapetente, que
uno de estos antros lugareños del vicio y del placer.
Contra la siniestra casa de trato, que me horroriza sin
acabarme de amodorrar, la única solución es la fatiga sin objeto. Sucede a
veces, sin embargo, que el exceso de fatiga pone en tensión todos los nervios y
así uno acaba en el mismo sitio que hubiera querido evitar desde el principio.
Coromina explica que un día, en Girona, un señor de la
ciudad, muy respetable, decía a Rusiñol:
- ¿Cómo es posible, don Santiago, cómo es posible que
usted y sus amigos, que son personas tan formales, personas tan buenas y
queridas, frecuenten estas mujerotas del barrio, estas mujerotas de tres
pesetas…?
- ¡Un momento, un momento! – dijo Rusiñol parándole en
seco – . ¡La mía era de cuatro…!
A las dos de la madrugada vuelta por la Rambla. Gran
animación. En la plaza del Teatro, el mercado erótico es impresionante. Gran
abundancia de señoritas del mediodía de Francia, altas, gruesas, majestuosas.
Las caderas pasan, girando, como esferas que ruedan en virtud de un movimiento
mecánico.
RETRATOS
DE UNIVERSITARIOS: PROFESORES Y ALUMNOS
El paso del joven Pla por la Universidad no fue nada
placentero y ello pese a terminar la carrera de Derecho que nunca ejerció, más
como una concesión a los deseos de sus padres que por su propio gusto o
interés, obsesionado desde niño por escribir y escribir.
La Universidad como institución es diseccionada con
escalpelo, concediendo especial importancia a la ineficaz formación de los
alumnos. Retrata admirablemente a varios catedráticos en sus tareas docentes.
De los alumnos habla poco y mal, los jóvenes de su edad nunca le gustaron.
Estas páginas se cuentan entre las más divertidas del
libro. Especialmente las dedicadas a dos catedráticos y a sus asignaturas:
Lógica Fundamental y Derecho Natural.
Sólo por las páginas dedicadas al Derecho Natural, el
Cuaderno gris merecería ser leído por todos los abogados de España, empezando
por Nicolás, Juan y otros aquí presentes.
He pasado cinco años de mi vida en una Facultad de
Derecho: no he oído hablar nunca, ni por casualidad, de Justicia. La palabra
misma, no la he oído pronunciar nunca. Hubiera estado probablemente desplazada
en un ambiente que pretende crear pillos, más que personas de un cierto
equilibrio humano. Así, el sistema docente da armas fuertes a los débiles y
lisiados morales, a los pequeños ambiciosos, a los marrulleros desenfrenados, a
los fanáticos, a los pedantes. Se aprenden todas las artes de la simulación y
de la zancadilla, de la adulación y de la habilidad. No se lucha nunca con
nobleza y claridad. A los temperamentos fuertes, la universidad los ahoga, los corrompe.
1 de mayo – A las doce en punto de la mañana, atraviesa
el patio de Derecho don Cosme Parpal i Marqués, catedrático de no sé qué
asignatura de Filosofía y Letras. Va vestido de paisano. Lleva chaqué. Parece
un palomo: pierna delgada, pantalones estrechos, vientre alto e imponente,
cabeza pequeña, frente fugitiva, cabellos hacia el cogote, todo el cuerpo
echado hacia atrás de una manera tan acusada que, cuando acciona con el bastón,
no toca nunca en el suelo. Los faldones del chaqué dan unos saltitos de una
comicidad irresistible.
En aquella ampliación de Letras había diversos fenómenos,
el primero de los cuales era don Josep Daurella i Rull, que profesoraba
la Lógica fundamental. Cuando atravesaba el patio de la facultad – a
menudo llevando birrete y toga – se veía
claro que el señor Daurella se dirigía a realizar una acción fundamental.
Cuando, ya sobre la tarima, se sentaba a la mesa, era completamente
transparente que se disponía a cumplir una obligación pagada, ciertamente, pero
fundamental. Cuando se ponía a hablar se producía en el aula aquella
indefinible emoción que se siente delante de una fundamentalidad
actuante. En el plano de los estudios universitarios no se podía encontrar
ninguna disciplina, o sea, ninguna asignatura, que fuese cualificada de manera
tan sensacional. En el sector de las Ciencias Exactas, que de todos modos se ha
de suponer que tienen una cierta exactitud, no había nada parecido. Ni la
Geometría, ni el Álgebra, ni el Cálculo Integral eran calificados de fundamentales.
Sólo la Lógica, la Lógica de los silogismos, una especie de pasatiempo
inventado por los escolásticos y mejorado por los jesuitas, era tenida por fundamental.
Esto era debido al hecho de que la Lógica, tal como se enseñaba en los estudios
de ampliación de Derecho y de Filosofía y Letras y, sobre todo, tal como la
explicaba el señor Daurella, era tenida por la verdad pura, auténtica, objetiva
y decisiva. Si no hubiese sido así, el calificativo hubiera sobrado.
Era un señor de mediana talla, tirando a grueso, de una
morenez olivácea, ligeramente agitanado. La cara, ondulada de bolsitas y de
arrugas suaves, contenía un filón, entre clericaloide y comercial,
profundamente indígena. Vestía de negro, de un negro definitivamente
respetable, de casa funeraria. El cuello era grueso y de gran diámetro sobre
las vastas espaldas. Un plastrón de seda densa, sobre el cual se destacaba una
perla rubia, ocupaba el triángulo de la abertura del chaleco. Tenía los pómulos
anchos, los ojos pequeños y vivos, los cabellos negros aplastados sobre el
cráneo y la boca un poco torcida. La movilidad, la vitalidad de sus facciones,
era extremada en un marco inmóvil de búdica impasibilidad. Cuando, en invierno,
se resfriaba, aparecía con un fular de seda roja en el cuello que le daba un
aire vagamente episcopal.
En aquella ampliación inolvidable había otro catedrático
muy bonito, llamado don Juan de Arana y de la Hidalga – ¡toma del
frasco! – que profesaba el Derecho
Natural, era vicerrector – Daurella era el decano – , consejero del Banco de
España, etcétera, es decir, un maestro perfecto.
Hacia 1914, Arana – así le llamaban sus hijos
espirituales – ya lo tenía todo
aclarado. Era un señor menudo, regordete, con una cierta forma, visto en
conjunto, de huevo de Pascua. Tenía un aspecto muy correcto y una presentación
muy elegante: parecía un conejito recién peinado. Hombre de edad – debía de
tener de sesenta a setenta años – su vitalidad era extraordinaria. Por la
mañana iba vestido de financiero maurista: llevaba abrigos claros, zapatos de
charol con botines grises, bigote y barbita admirablemente presentados, un
flexible de color café con leche, con una cinta azul, y guantes claros. A
veces, la edad le hacía temblar un poco la barba y entonces estaba más bonito que
nunca. Era un viejecito de vitrina tan típico y tan bien presentado que
hubierais dicho que se alimentaba con cucharadas de leche condensada sin
disolver, con tostaditas con manteca de lujo y que, después de comer, se secaba
el morrito con un pañuelo de color azul con caladitos, bordado.
Era profesor de Derecho Natural, que era el nombre que
tenía en los programas universitarios de este país la Filosofía del Derecho –
se entiende, la Filosofía del Derecho escolástica – . Yo no sé, francamente, si
existe el Derecho Natural. En el aula del señor Arana no saqué nada en claro y,
como más tarde no he tenido tiempo material para reflexionar sobre estas cosas,
no puedo decir si el Derecho tiene unos principios inmutables, eternos, válidos
en todas las latitudes, esto es, objetivamente natural, como es natural, por
ejemplo, la composición y la forma de un gato, de un sombrero duro o de un
melón, o si el Derecho Natural es un derecho artificial que unos cuantos
señores respetables llaman <natural> porque en su casa están bien, han
heredado o han hecho una buena boda y los niños estudian el bachillerato. Lo
único que puedo decir es que el Derecho Natural era una asignatura que
resultaba, dada la vaguedad de su existencia, un poco cara de matrícula y que
para <pasar > – o sea, para aprobar – había que comprar y repetir de
memoria algún capítulo de un manual sobre la materia, escrito por un tal
Rodríguez de Cepeda que, según decían, era valenciano.
Este manual era absolutamente típico, modélico de esta
clase de monstruosidades editoriales. En los prolegómenos, el autor, con la
mayor seriedad, exponía, en un número considerable de hojas, la importancia de
la asignatura, sin duda para convencernos de que se merecía el sueldo que
ganaba. Después venía la exposición de las teorías del Derecho. Había un
montón. Todo el mundo que se había ocupado de la cuestión había dicho lo suyo
con un sentido absolutamente personal disintiendo de todos los demás, en
virtud, sin duda, del inmortal principio de que cada maestrillo con su librillo.
Teoría de Rousseau. Teoría de Kant. Teorías de Hegel, de Hobbes, de Spinoza,
sin contar las teorías de los orientales, de los griegos, de los romanos, de
los medievales, de los barrocos, de los ilustrados y de los contemporáneos. En
esta inacabable procesión de teorías, aparecían dos nombres que inspiraban un
respeto y una curiosidad instantáneos: los de Grotius y de Pufendorf. Las
personas dedicadas a elaborar teorías que tienen la suerte de tener nombres
así, tienen la inmortalidad universitaria asegurada.
Esta lista de opiniones nos daba muy mala espina...
RETRATO
DEL RETRATISTA
Basándome siempre en sus propios testimonios, trazaré
ahora un retrato del retratista, y no sólo de su autorretrato verídico del que
ya hablamos, sino entresacándolo de las múltiples alusiones dedicadas a sí
mismo desgranadas página a página en su Cuaderno gris.
Gran amante de su terruño natal, al que llama
repetidamente mi país, que no es siquiera toda Cataluña, sino el Ampurdán, y
más en concreto su Palafrugell natal,
habla con cierta displicencia de otros catalanes nacidos en Olot, en
Barcelona, incluso en la cercana Gerona. Al resto de España los considera
genéricamente castellanos y habla críticamente de la capa, que todos
consideramos como castellana porque ese fue su origen, y él en cambio denomina
madrileña.
Si consideramos políglota al que domina al menos tres
idiomas Pla lo era: catalán, español y francés. Los dos primeros como sus
idiomas maternos y el francés que aprendió muy bien en la escuela y que entendía
y hablaba perfectamente desde pequeño. Intentó estudiar italiano como constata
una cita del libro, aunque desconocemos su conocimiento profundo o superficial
del idioma.
Son numerosísimas sus citas en francés, el idioma
considerado culto por toda la clase alta y la burguesía europeas durante el
siglo XIX , y también en italiano. Nunca se molesta en traducir las citas,
estimando tal vez que sus lectores son de la misma élite intelectual a que él
mismo pertenece y que resultaría demasiado obvio, quizás impertinente,
traducirlas.
Pese a la imagen encubridora que cultivó de payés cazurro
con boina, Josep Pla fue un intelectual de pies a cabeza afianzado firmemente
en las tres patas que dieron sentido a su vida: la música, la pintura y la
lectura de libros, libros y libros. La culminación de todo ello fue su
desmedida pasión por escribir desde niño a la que consagró su existencia
completa.
En cuanto a la música dice que le gusta la música mala
por las mismas razones que a otros les gusta la música buena. Es otra de sus
tretas para engañarnos, la verdad es que ama las sardanas de su tierra y la
música buena, la clásica, de la que cita a los grandes autores en multitud de
ocasiones.
Se hace muy amigo de Roldós, un pianista pobre que
amenizaba en el local del cine las películas mudas con sus interpretaciones al
piano de compositores de música clásica que Pla apreciaba y el resto
desconocía. Describe la educación de las señoritas de su época que incluía
saber tocar o maltratar el piano con algunas obras clásicas, latosamente
repetidas por las ejecutantes, y de dos hermanos, vecinos de su casa de la
playa, que interpretaban con virtuosismo a cuatro manos algunas piezas
clásicas. Son innumerables las citas en este sentido de autores eternos que
todos admiramos.
La pintura constituye otro de sus amores profundos, no en
vano él es un pintor de palabras, tanto de paisajes como de personas.
Veo cada vez mayor relación entre Pla y pintura, en
concreto con el impresionismo y el expresionismo que reinaron en Europa: desde
finales del siglo XIX el impresionismo y la aparición posterior del
expresionismo en las primeras décadas del siglo XX.
Entre impresionismo y expresionismo oscila la prosa de
Pla. Con 22 años, es decir en 1919, disfruta el escritor de su primera estancia
en París como corresponsal del periódico La Publicidad, que abarcó de finales
de 1919 a mediados de 1920. El impresionismo reinaba entonces con todo su
fulgor en la capital francesa y allí pudo contemplar las obras de los autores
más representativos de esta corriente.
También mantuvo una larga estancia profesional como
periodista en el Berlín devastado tras la pérdida por Alemania de la Primera
Guerra Mundial (la Gran Guerra como se conoció), adonde se habían trasladado
los primeros expresionistas alemanes reunidos en el movimiento denominado
Puente, ubicados en principio en Dresde, y que pasaron a Berlín en 1911,
disolviéndose en 1913. Allí, el joven Pla bien pudo contemplar los cuadros
expresionistas de ambiente urbano y otros temas que entonces destacaban en la
vanguardia pictórica en Europa.
Y por encima de todo dedica su tiempo a la lectura de
libros, de los que cita numerosos en catalán, en español (al que siempre llama
castellano) y en francés.
Su pasión por los libros comienza por los clásicos:
griegos y latinos, cita a Tucídides, Homero, los Diálogos de Platón,
Aristóteles, Esquilo. De los clásicos franceses prefiere a Molière sobre
Racine, porque dice que es más clásico y a Voltaire; lee a Rostand, André Gide
y las poesías de Rimbaud; los versos de Victor Hugo y por encima de todos a
Montaigne, cuyos Ensayos le acompañaron en todos sus viajes. De los escritores
modernos franceses ama especialmente a Marcel Proust, cuya lectura le indicó
uno de sus amigos porque lo desconocía.
Entre los filósofos, el más citado es su contemporáneo
Nieztsche, y también Hegel, Kierkegaard y Descartes. Cita a Goethe, Romand
Rolland y a Lord Byron en una traducción francesa, Joubert y Renán, llamado
impío. Versos del Dante en italiano y fragmentos de Leopardi. También lee y
estima a Dostoievski.
Los escritores catalanes ocupan su tiempo, con lecturas
de Verdaguer, Victor Catalá, Rusiñol, Eugeni d´Ors, Josep Carner; la traducción
de la Odisea al catalán hecha por Carles Riba y el Dietari de Francesc Rierola;
la Gramática Catalana de Pompeu Fabra. Lee El criterio de Balmes.
Entre los escritores españoles destaca sobre todos su
amor por Pío Baroja, cuyas obras cita de continuo. También estima mucho a
Azorín, de quien dice que ha leído casi toda su obra, a quien compara con Pérez
de Ayala y a este con Castelar.
Fumador empedernido, escapado de la gripe, tragón enorme
y delicado a la vez, viajero incansable, son otras de sus rasgos vitales. La
timidez fue una de sus características más acusadas, muy apreciable de niño y
adolescente, paliada luego por sus continuos viajes y su roce con otras
culturas y personajes mil.
Autocrítica
Como tengo por costumbre en mis escritos, incluyo aquí
una pequeña autocrítica sobre mi libro, de ese modo nadie podrá decir que esta
insigne máquina no ha logrado ni una sola de ellas.
¿Cómo se atreve un fulano de Madrid a hablar de la obra
de un catalán por la traducción de una de sus obras al español? ¿Acaso no están
enfrentados los dos idiomas y quienes los hablan? En este sentido nadie sabe,
ni en Madrid ni en Barcelona, si tomárselo a broma o como osadía, tontuna,
estupidez o impertinencia.
Me defenderé diciendo que en mi caso no existe
enfrentamiento alguno, ni en personas ni en idiomas, y que los políticos hagan lo
que les dé la gana. Yo, con Pla, considero mi intento perfectamente plausible.
Siempre juzgo a los escritores exclusivamente por lo que escriben. Y punto.
En otro orden de cosas, el presente no puede ser un
trabajo universitario, en primer lugar porque este autor no es filólogo sino un
humilde periodista. Además, las cátedras son siempre del idioma original, y hay
cátedras de catalán, pero no de obras traducidas del catalán a otras lenguas.
Tampoco admitirían la obra en una cátedra de lengua española aunque la
traducción sea maravillosa. Nada que objetar.
¿Por qué escribir ahora un libro de un autor como Josep
Pla? Mi respuesta es que considero a Pla un escritor maltratado y poco leído en
la mayor parte de España; tratándose de un monstruo de las letras hispánicas
ello constituye una gran injusticia que mi escrito espero contribuya
modestamente a paliar.
¿Dónde encajaría esta obra? ¿Interesa al hombre de la
calle de inicios del siglo XXI la obra de un autor catalán que abarca la
primera mitad del siglo XX? Es muy dudoso, por no decir imposible: en ella no
hay violencia ni sexo, ni logias extrañas ni redes mafiosas, ni corrupción ni
amores locos, ni políticos ni famosos, o sea nada llamativo que importe a
nadie.
Si no encuentra acomodo ni en la Universidad ni en la
calle este empeño mío parecería absurdo y condenado al silencio, pero pese a
todo continuaré con él. Colón tampoco sabía a ciencia cierta adonde iba salvo
apuntar a unas hipotéticas Indias, y siguió adelante hasta que descubrió
América. Yo también voy en busca de mi América particular que tal vez esté
dentro de mí. Los clásicos latinos decían: conócete a ti mismo, y este libro
fabuloso quizá logre esa proeza en mí.
Os habréis percatado que utilizo siempre el término
español al referirme a nuestro idioma común en España, porque para mí
castellano fue exclusivamente el idioma de Castilla. A continuación paso a
exponer los motivos de ello.
Mirando a nuestra historia, el Reino de Castilla acabó
imponiéndose al resto de los reinos patrios y su idioma, denominado castellano
en sus inicios, pasó a ser español al hablarse en toda España. Idéntico proceso
histórico sucedió en algunos de nuestros países más cercanos: el idioma de la
región de París terminó siendo el de toda Francia y desde entonces se denominó
francés; otro tanto ocurrió con el dialecto toscano con capital en Florencia
que extendió su uso a toda Italia por decisión de los artífices de la
unificación del país de 1815, pasando a nombrarse como italiano. Nadie en
Francia llama parisino a su idioma ni en Italia toscano al suyo; tampoco en los
países americanos de habla hispana se refieren a su idioma y nuestro como
castellano sino español y lo mismo hacen en los organismos internacionales como
la Unión Europea, la ONU y sus agencias donde no existen traductores al
castellano.
La pervivencia, exclusivamente en nuestro país, del
término castellano se debe a la eclosión de las autonomías consagrada en la
Constitución española de 1978. En ciertas autonomías el español se comparte con
sus idiomas propios: catalán, euskera y gallego. Esta Constitución, tan amada
de los demócratas españoles que sufrimos la odiosa dictadura franquista
castradora de todas las libertades, utiliza el término castellano para referirse
a nuestro idioma común: “El castellano es la lengua oficial del Estado” dice
textualmente en su artículo tercero. A mi modo de ver, los Padres de la Patria
redactores de dicha Constitución se equivocaron en este aspecto, presionados
sin duda por los autonomistas que participaron en su elaboración.
Yo no albergo dudas en este sentido: uso y seguiré usando
toda mi vida el término español para referirme a nuestro idioma. Además, uno se
siente estupendo disintiendo mínimamente de nuestra querida Constitución. Mi
pequeña constitución que comparto con numerosos escritores en nuestra lengua es
el Diccionario de uso del español de María Moliner y al mismo me atendré
siempre.
Para terminar diré que mis aportaciones a esta antología
de citas son escasas, aunque no me negareis que la elección de las citas y esas
mínimas palabras y frases que conforman páginas sacadas de mi caletre son
sublimes, magníficas, mayestáticas como un nosotros aplicado a uno mismo y
solo: escribimos maravillosamente.
Pese a mis canas, me contemplo a mí mismo en el espejo
con arrobo y entusiasmo ilimitados sin que sea momento de afeitarme constatando
que, como se decía antes, soy un erudito a la violeta (la insigne María Moliner
viene en mi ayuda: Persona cuyos conocimientos o erudición son solo
superficiales), aunque haya leído hasta la fecha más de veinte obras del propio
Pla o sobre su obra.
Espero que no dudéis ni por un momento de la hermosura
del término floral, mucho más bello que este individuo orgulloso y callado (que
se vuelve dionisíaco y atrevido como Pla cuando agarra una pluma) a quien
tirios y troyanos han llamado siempre Eloy a secas como a los reyes; alguien
que exhibe obscenamente y sin pudor alguno sus arrugas, sus abundantes
limitaciones, sus manías, sus achaques y sus pesados setenta y pico tacos a
cuestas.
Esto se ha terminado.